Un jardín bien cuidado siempre llama nuestra atención. Por la edad de los seres humanos sentimos incluso cierta fascinación. El paso del tiempo nos sitúa en el campo de la nostalgia, muchas veces de la melancolía. Recordamos lo vivido, pero no nos lo aprendemos. Miramos al cielo suplicando a un Dios en el que creemos poco o nada. Nos gusta lo bello, lo saboreamos puntualmente y luego nos atenaza una incapacidad de retener la satisfacción sentida. La tristeza se mantiene, se enraíza en nuestro interior; mientras que la alegría es de renovación continua o no la sentimos, porque no permanece.
Un policía nacional me devuelve a la realidad, con su voz grave pero educada y amable me rescata de mis abstracciones. Al fin y al cabo una catedral no es para reflexionar, sino para orar. Yo, por el momento, he perdido la necesidad psicológica de que Dios me salve de nada.
Unas cortezas del tronco de unos pinos me provocaron una retrocesión a mis años infantiles. Estaban en un jardín de la catedral vieja de Salamanca, rodeando la superficie de hermosas plantas con flores. Ese colorido precioso y espectacular, produjo en mí una sucesión de imágenes en blanco y negro de mi niñez; me situaron de nuevo en Nuñomoral, ajeno al resto del mundo, disfrutando cada momento, llenando mi querido pueblo de holladuras infantiles, cargado de inocencia y de bondad, viviendo los juegos por épocas (nidos, bolindres, corchonazos, rayuela, cuatro esquinas, cárcel…), queriendo y respetando a nuestros mayores, sintiéndome amado por mis padres, y explotando en cada rincón y multiplicándome por mil para que el día no se agotara y me diera tiempo a disfrutar y gozar de la compañía de Javi, de Jero, de Veni, de Tomás, de José, de Jaime, de Carlos, de Manolo, de...
Era una sensación fantástica, mágica, casi gloriosa. Rasábamos pequeñas cortezas de tronco de pino en la superficie rugosa de alguna pared, hasta lograr darle forma de barco.
Después, para botarlos, elegíamos las corrientes más frenéticas del río hurdano. Lanzábamos nuestra nave desde la orilla y, en la medida que el margen del río nos lo permitía, corríamos paralelos a nuestra creación alborozados, mientras mirábamos y gritábamos con una viveza inusual:
- ¡Adiós, mi barco! ¡Adiós, mi barco! ¡Espérame!
Y con el barco, se iba una vida. Cada uno imaginábamos un mundo diferente donde iría a parar nuestro juguete. ¡Cuánta inocencia! Pero, eso sí, con el barco se iba una vida.
¡Cuántos barcos lanzamos por el curso incierto de la vida! Qué hermoso imaginar que algo que nace y sale de ti puede ser interpretado por diferentes personas.
La catedral hoy huele rara… no sabe a nada. Fijo mi mirada de nuevo y emprendo camino hacia mi interior.
Los olores de nuestra niñez, la ingenuidad, la interpretación del mundo, la honestidad infantil, la concepción ecuánime de la amistad y el amor, la confianza ciega en las personas, la lentitud del tiempo, el contento interior, la magia, la frescura de una brisa no contaminada, la aceleración vital para llegar a todo sin moverte del sitio, el corazón razonable y justo no influido por ningún saboteador oculto, el crepúsculo tardo mostrando sus lágrimas plateadas, la aparición repentina de Cupìdo…
En el bote y el rebote de mis pensamientos descubro que la vida es un poco como las ramas de un sauce llorón. Primero tienden hacia arriba, buscan el optimismo. Después, mientras proyectan unas lágrimas que no mojan, dibujan la curva de la sumisión y recorren hacia abajo toda la longitud de su propio cuerpo… y acaban besando el suelo.
El policía nacional insiste en informarme que la catedral se cierra.
Y con el barco, se iba una vida.
¡Adiós, mi barco! ¡Adiós, mi barco! ¡Espérame… MI VIDA!
Un policía nacional me devuelve a la realidad, con su voz grave pero educada y amable me rescata de mis abstracciones. Al fin y al cabo una catedral no es para reflexionar, sino para orar. Yo, por el momento, he perdido la necesidad psicológica de que Dios me salve de nada.
Unas cortezas del tronco de unos pinos me provocaron una retrocesión a mis años infantiles. Estaban en un jardín de la catedral vieja de Salamanca, rodeando la superficie de hermosas plantas con flores. Ese colorido precioso y espectacular, produjo en mí una sucesión de imágenes en blanco y negro de mi niñez; me situaron de nuevo en Nuñomoral, ajeno al resto del mundo, disfrutando cada momento, llenando mi querido pueblo de holladuras infantiles, cargado de inocencia y de bondad, viviendo los juegos por épocas (nidos, bolindres, corchonazos, rayuela, cuatro esquinas, cárcel…), queriendo y respetando a nuestros mayores, sintiéndome amado por mis padres, y explotando en cada rincón y multiplicándome por mil para que el día no se agotara y me diera tiempo a disfrutar y gozar de la compañía de Javi, de Jero, de Veni, de Tomás, de José, de Jaime, de Carlos, de Manolo, de...
Era una sensación fantástica, mágica, casi gloriosa. Rasábamos pequeñas cortezas de tronco de pino en la superficie rugosa de alguna pared, hasta lograr darle forma de barco.
Después, para botarlos, elegíamos las corrientes más frenéticas del río hurdano. Lanzábamos nuestra nave desde la orilla y, en la medida que el margen del río nos lo permitía, corríamos paralelos a nuestra creación alborozados, mientras mirábamos y gritábamos con una viveza inusual:
- ¡Adiós, mi barco! ¡Adiós, mi barco! ¡Espérame!
Y con el barco, se iba una vida. Cada uno imaginábamos un mundo diferente donde iría a parar nuestro juguete. ¡Cuánta inocencia! Pero, eso sí, con el barco se iba una vida.
¡Cuántos barcos lanzamos por el curso incierto de la vida! Qué hermoso imaginar que algo que nace y sale de ti puede ser interpretado por diferentes personas.
La catedral hoy huele rara… no sabe a nada. Fijo mi mirada de nuevo y emprendo camino hacia mi interior.
Los olores de nuestra niñez, la ingenuidad, la interpretación del mundo, la honestidad infantil, la concepción ecuánime de la amistad y el amor, la confianza ciega en las personas, la lentitud del tiempo, el contento interior, la magia, la frescura de una brisa no contaminada, la aceleración vital para llegar a todo sin moverte del sitio, el corazón razonable y justo no influido por ningún saboteador oculto, el crepúsculo tardo mostrando sus lágrimas plateadas, la aparición repentina de Cupìdo…
En el bote y el rebote de mis pensamientos descubro que la vida es un poco como las ramas de un sauce llorón. Primero tienden hacia arriba, buscan el optimismo. Después, mientras proyectan unas lágrimas que no mojan, dibujan la curva de la sumisión y recorren hacia abajo toda la longitud de su propio cuerpo… y acaban besando el suelo.
El policía nacional insiste en informarme que la catedral se cierra.
Y con el barco, se iba una vida.
¡Adiós, mi barco! ¡Adiós, mi barco! ¡Espérame… MI VIDA!
5 comentarios:
Por el mar de mi mano, un barquito de papel te busca en vano.... ¡Qué grande Luis Pastor! ¡Qué grande tú!
Qué representativo es el sauce... alguna vez te dejaste acariciar por sus lloronas ramas? He podido imaginarte en tu infancia, feliz, tranquilo, viviendo cada instante...
Ahora que empieza mayo y el aroma intenso de las flores se palpa en la mayoría de las calles de mi pueblo, me resulta imposible no retroceder a mi infancia...
Me veo en el patio del colegio jugando a la comba con mis amigas, saboreando cada minuto del recreo antes de empezar la clase de lenguaje con Doña Paquita...
El sábado será el concurso de mayas y mi hermano ha preparado una cruz tupida de rosas...Estoy deseando ponerme mi falda azul marino y mis lazos de papel de seda y cantar y bailar la cancioncilla preciosa que distingue a mi barrio....
'A las pobrecitas mayas,
una perrita siquiera,
que no han podido juntar,
siquiera para la cena...
Date la vuelta con aire
que se te vea,
el refajo encarnado
que colorea.....
Te doy la razón Primi...la belleza de un jardín florido a todos nos fascina, cuanto más sus olores...
A mi también me encanta meditar, que no orar en el templo divino de la memoria..
Feliz Mayo!! MIL BESOS
Un muy buen amigo me ha dicho que en el sur de Italia hay un vino muy apreciado que se llama Primitivo. Pensé en ti, claro. En todo cuanto destilas, en las notas afrutadas que dejas en el paladar, y en el gusto que da acercarse a tu blog, descorchar una entrada y saborearte, a cualquier hora del día.
Eres poesía en movimiento, chiquillo. No nos abandones en el lenguaje proceloso de cada día, y sigue palabreando así...
Yo también me trasladé a mi patio del colegio a esos collares que hacíamos con las margaritas, a la felicidad de una infancia llena de sueños e ilusiones que nada tienen que ver con lo que ahora vivimos.
Yo también viajé con ese barco de corcho, imposible no soñar con tus historias.
Gracias
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