miércoles, 19 de mayo de 2010

LOS BANCOS DE LA IGLESIA I

Aquella forma de caminar no me dejó indiferente. Miraba a todas partes y observaba minuciosamente todos los detalles. Su cara me impresionó, desprendía una serenidad como nunca antes había visto. Se dirigió a mí de manera cordial, con una sonrisa y una expresión facial que irradiaba una felicidad auténtica, de la buena.

- ¿Se percata usted, joven, cómo lo bello a veces no es visible a los ojos?
- ¡Huy, pero si es usted cura!
- ¿Cambia eso en algo nuestro encuentro?
- Ni mucho menos, Padre.
- Don Valerio, para servirle.

El sacerdote continuó avanzando de manera pausada, girando su cabeza a los lados, al tiempo que metía las manos en los bolsillos de su chaqueta negra. Al cabo, miró hacia atrás y sonrió. Desde luego esa sonrisa fue un brillante y extraño colofón, me generó una necesidad imperiosa de ver de nuevo aquel curioso personaje.

Continué viendo la obra de descubrimiento de la muralla histórica de Plasencia y, cuando la noche iba ocupando las calles, regresé a casa.

Aquel hombre, que parafraseaba a Saint – Exupéry con un precioso timbre de voz, desprendía una paz interior enorme, un sosiego fuera de lo común. Sinceramente, me pareció una aparición.

Desde hace algún tiempo llevo librando una batalla interna brutal, sin precedentes en mi vida, con mi FE. Sí, sí, mis creencias religiosas. Busco con ahínco señales o lógicas metafísicas que me validen la FE o que me la terminen de extinguir de manera absoluta. ¿Quién me mandaría a mí pararme a pensar en esto un buen día? Con lo cómodo que es no planteárselo o tenerlo como una herramienta recurrente cuando la necesidad aprieta. Sinceramente, no os lo recomiendo, supone un desgaste que incluso sorprende.

Al final, tras varios paseos hacia mi epicentro, tras muchas miradas hacia el tapiz blanco del horizonte donde proyectamos nuestro interior y tras muchas reflexiones de carácter pendular, decidí un domingo acercarme a misa. Elegí una iglesia al azar, en el centro de la ciudad, para no tener que caminar mucho. Y fui a parar a una parroquia denominada San Esteban, junto a la plaza mayor de Plasencia. Total, para que me administren unos sacramentos y me rediman espiritualmente, cualquier iglesia y cualquier pastor acreditados por Dios valdrán, pensé. Respiré hondo y entré.

4 comentarios:

mjmanzanares dijo...

Oye! si pareces salido de mi cuadro "No querete". Ten cuidado con ir mucho a las iglesias no te vayas a torcer...

Isabel dijo...

No busques tu fe en las iglesias...son frías, distantes,huelen a jazmines y a incienso... una mezcla un poco rara que me recuerda a bautizos y entierros...
No limites la magnitud de tus creencias evaluándolas a través de la interpretación que algunos han querido hacer de Dios...sería parcial y equivocada tu respuesta.

Espero ansiosa la segunda parte....

kitty dijo...

Pues elige el camino fácil, ten fe, total que más da? También " El Principito" es una historia fantástica y muchos creemos en ella. Por qué no? muy hermosa la combinacióm de palabras que forman el texto, pura literatura para contar tus vivencias... tu mundo, como siempre...

kitty dijo...

Con la Iglesia hemos topado... que dijo aquel...