domingo, 7 de marzo de 2010

ME AGARRÉ A TU VESTIDO DE ROSAS

Te acercaste a ella para tocarla, creo que querías saber de qué material estaba hecha. Llegaste sola, llena de vida y con algún presentimiento. Junto a la estatua te escuché murmurar unas palabras en castellano. Fue entonces mi momento.

- Está inspirada en el personaje central de un cuento de hadas, precisamente se llama “La Sirenita”. Y la historia es de Andersen.

Me miraste e hiciste un amago de sonrisa. Tal vez pensabas que era el tonto del lugar, algún simpático buscamonedas o quizás el bufón del perímetro turístico de aquel lugar.

- Y tú, según veo, también. – Continué.
- ¿Qué? – Preguntaste de buena gana.
- ¿Eh? Nada, nada… Que tú también eres un personaje de otro cuento de hadas.

El parque que teníamos a nuestras espaldas nos esperaba impaciente, se engalanaba y abría sus senderos para que nuestro caminar dejara de ser paralelo más pronto que tarde. Nuestros pasos entretejían nuestros sentimientos y creaban una maraña que, tal vez más tarde, terminara en un precioso abrazo. Un abrazo con adornos, con rosas rojas, con hilos de colores y con algún bordado que quedaría visible en la superficie de nuestros corazones.

Nos contamos mucho acerca de nosotros. Se nos echó la noche encima sin previo aviso. La noche es así, llega sin avisar. Sólo piensa en ella. Pensamos en marcharnos a nuestros respectivos hoteles, que estaban muy próximos entre sí. Te invité a cenar.

Radiante como una novia llegaste con un vestido blanco de rosas rojas, querías ir a juego con un abrazo que tenía enormes posibilidades que se produjera. Durante la cena, en lugar de los alimentos, nos degustamos nosotros mismos. Tú a mí y yo a ti. Deliciosa mujer visitando Copenhague, pensé.

Me empezaste a gustar a rabiar, me volvía loco tu carita guapa, reflejo de luna llena; tu frente lineal, tapiz de imágenes preciosas; tu pelo, sereno y cansado de poblar; tus ojos, Estrella de Venus expectante; tus labios, dibujados y tímidos; tus orejas, geométricas y receptivas; tu cuello, vereda llana de perfumes letales de amor.

Al final de la noche, que ya conté antes que había llegado sin avisar, pero que, sin embargo, se estaba yendo con avisos manifiestos, paseamos agarrados de la mano. Te acaricié levemente tu mejilla derecha. Me miraste de frente e hiciste un amago de beso. Respondí a la señal y, en sentido inverso, hice lo mismo que tú, pero sin amago. El caso es que el beso nunca llegó, se perdió por el camino… o lo escondiste tú, no lo sé.

Aún hoy, algunos años después, sigo esperando ese beso que se disipó en tan corta distancia. Y también sigo descubriendo que el ingrediente principal del amor es y seguirá siendo la ausencia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que bonito!! Lo has clavado, eh?? Es que como suele decirse "No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió" Pongo en seguimiento tu Blog, que por cierto, gracias por el comentario que has dejado en mi blog, has sido el valiente del comentario número 1 y eso siempre es de agradecer. Bueno, ya nos iremos leyendo, y nada, aqui tienes una seguidora.