miércoles, 14 de diciembre de 2011

MI LUCHA

Algunas tardes oscuras de invierno, mis sentimientos se refugian en la penumbra del tiempo tratando de no ser vistos. Es entonces cuando la vida se me clava y empieza a ceñir fuertemente todo mi ser, rodeándolo con una fuerza desmedida y perversa, apretando más y más. Tanta opresión logra que mis pensamientos íntimos sean violentamente expulsados de mi interior y queden pegados en las paredes, o tirados en las calles, o escurriendo por alguna alcantarilla. Son composiciones de palabras que deberían haber ido a parar a ti, mujer que el tiempo no logra hacer invisible. Mujer de negro sobre blanco, mujer del silencio más aterrador en el ruido más estrepitoso... mujer que se sale de mi diana.

Algunas lluvias de invierno crean nebulosas en mi vida que imposibilitan que me vea a mí mismo; que no dejan desnudar a mi corazón, que le impiden contar, desde su sombrío ánimo, lo tétrico que es no tenerte. Gotitas y nieblas que cuentan lo fría que es la vida sin ti, que tornan mi existencia en un iceberg deambulando por la inmensidad de un helado océano: el océano de tu ausencia.

Algunas veces me muevo, empujado por el aire, como la copa de los chopos. Mi ánimo caracolea bajando desde el cielo de mi corazón hasta llegar a mis pies, donde es triturado por mis pasos erráticos. Y a pesar de ello la vida me sigue empujando sin rumbo fijo; ropiendo mi deseo de quedarme parado, resguardado en el cobijo de tu recuerdo, patria común e indivisible de todo cuanto queda de mí. No me duele ninguna parte precisa de mi cuerpo, sin embargo, siento un profundo dolor en mí, tal vez mi alma está en el limbo del desequilibrio. Me queda la esperanza de que te sigas bañando en mares llenos del agua de mis lágrimas. Hoy mis ojos siguen empeñados en demudarse de color, en perderse en tonos grises, en dejar de ver mundos azulados de brujas locas que los vuelan.

Algunas madrugadas me despierto sobresaltado y me conecto con el dolor, pero simplemente para aprender de él. Reconozco que algunas brumas me traen olores a mujer inteligente, aromas de silencios, efluvios de sosiego... pero nada más que eso, simplemente aires, nada palpable, esperanzas envueltas en corrientes de traición. Y busco el secreto de los códigos para entrar en mi vacío interior, para saber de qué coños está compuesto e intentar rellenarlo de cosas agradables, de soplos de oxígeno fresco que me vuelvan a tener vivo. Pero esto sin ti, maldita sea, es una misión casi imposible, es un esfuerzo estéril que hace reír una y otra vez a todos los habitantes del infierno, de mi infierno. ¡Ojalá Satanás perdiera el equilibrio y cayera en el pozo de su propia destrucción! ¡Ojalá un día los seres humanos abandonemos para siempre el reino de la duda!

Algunas lágrimas más tarde aún me acuerdo de ti. Muero pensándote en otros planetas donde al invierno se le quita su capa negra, donde las hojas que el otoño roba a los árboles jamás llegan al suelo, donde muchos pétalos de flores de primavera son tus sonrisas permanentes y donde los calores del verano pintan con sangre corazones que te aman como nunca antes se había amado.

Algunas. Perdón… ninguna.

lunes, 28 de noviembre de 2011

EL DOMINGO FUI A MISA y III

Existen diferentes momentos del ritual que son acompañados de canciones: el inicio de la misa, el comentado paso de la bandeja, cuando se toma la Comunión, etc. Los cánticos dan un toque especial a la eucaristía, tratan de simbolizar la alegría de acompañar al Altísimo y agasajarle con nuestros bienes y nuestra presencia. Tienen un significado especial y crean un estado emocional muy preciso acorde al contexto y a la dignidad de a quién van dirigidos.

Siguió la liturgia con Don Valerio afirmando que la Iglesia Salesiana precisa de miembros activos, apóstoles en la tierra, testigos de Jesús; que necesita, en definitiva, una congregación extensa de devotos que sepan amarla, respetarla, mimarla... Y terminó aseverando que cuando esto suceda y nos pongamos a ello como humildes siervos del Todopoderoso, entonces, la alegría del Señor, llegará como ladrón en la noche. Seguido de tanta palabra bella y sentida, a media voz, Don Valerio, nos invitó a darnos fraternalmente la Paz. Y en un último suspiro, casi exhausto, estiró sus morros hasta los topes e inició una canción.

  • Juuuntooosssss como hermaaaanooss...

Ya sabéis, las canciones de la iglesia, son iniciadas por el cura, pero luego él se queda en silencio para preparar las vinajeras y consagrar la hostia guardada en la patena. Evidentemente, en un primer momento, esto es seguido de un barullo de voces desordenadas, desacompasadas y casi confusas; hasta que por fin los timbres femeninos se van apoderando de la canción y logran una situación plana de la misma, cantada ya de una manera decente. En ese momento os ruego que prestéis atención a las caras de las beatas, sienten una rara sensación de alegría interior, palpan la excelsa majestad de cantarle en directo ni más ni menos que a Dios. ¡Ahí es nada!

Tras este último pasaje del Oficio, se me abrió un doble frente: por un lado, medité un rato acerca de las letras de las canciones de la misa; y por otro, la forma en que varias señoras y algún señor me daban la Paz, me hizo reflexionar sobre este hecho.

Mientras el personal recibía la Sagrada Comunión, en lo tocante a las letras de las canciones, tras una revisión mental a varias, pude comprobar que la mayoría de ellas tratan sobre la mala calaña del ser humano, su maldad con el prójimo y también de la porrada de pecados que cada uno atesoramos. Evidentemente nos informan también sobre la infinita bondad de Dios, su capacidad de perdonar y su grado de compasión con sus siervos, a pesar de lo tremendamente malotes que somos todos y todas. Probablemente en el Juicio Final no sea tan benévolo, imagino yo. Y esto es así, porque a todo el mundo se le hinchan las narices ante los fallos reiterados de los demás, por tanto, no iba a ser menos Dios. Él venga a perdonar, y la humanidad, como moscas a la miel, tirándonos en picado al pecado. ¡Es que de verdad, ya está bien, por favor! Desde luego hay que reconocerlo, si provenimos del barro y de la costilla de Adán, ambos elementos llevaban veneno, ¡joder! También se podía llegar a pensar que Dios era todo un experto en crear mounstruitos/as.

Y ahora vamos con otro asunto capital: darse la Paz. ¡Francamente quién nos ha visto y quién nos ve dándonos la Paz! Esta acción ha sufrido un proceso de perfeccionamiento desde la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días que ha modificado sustancialmente todo lo establecido. El Señor estará como un corcho, vamos; más contento que unas castañuelas veo yo a Dios observando este momento en cualquier Iglesia, de verdad. Ha sido un cambio notablemente principal. Como aquel que dice, hemos pasado de “chocarnos los cinco” a darnos con carácter esencial la Paz; hemos transitado del mero contacto epitelial al sentimiento apostólico y espiritual que este acto requiere. ¡Rediós con la Paz! Bien, pues este proceso perfectivo de la Paz, se logra gracias a la depuración de fieles que ha provocado en la Iglesia en los últimos años esta situación generalizada de agnosticismo que vivimos las sociedades. Seamos sinceros, para ver un número significativo de personas en misa casi la tiene que oficiar el Papa en persona. De lo contrario, son cuatro fieles en cada iglesia lo que nos podemos encontrar domingo tras domingo.

Me sacó de mi profunda abstracción la voz de Don Valerio que, más fina que nunca, gritó: ¡PODÉIS IR EN PAZ! Mientras los asistentes arrancábamos hacia afuera, el Ministro besó el Altar y, tras rodearlo, hizo una inclinación profunda ante Dios Padre Todopoderoso. Segundos después desapareció tras unas cortinas hermosamente bordadas con hilos de oro.

En un corto espacio de tiempo, la iglesia pasó de una penumbra relativa a una oscuridad casi absoluta. La fiesta del Señor había terminado.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

EL DOMINGO FUI A MISA II

Una preciosa canción de órgano dio una mayor solemnidad al acto religioso, también nos llenó de alegría y nos hizo sentir el gozo del Señor por su fiesta. No sé por qué, pero cada vez que suena el órgano en una iglesia, todos los fieles miramos, primero, al techo del templo y, seguidamente, al Cristo crucificado que está en el retablo principal de la iglesia. Inclinamos ligeramente la cabeza hacia un lado y en sumo secreto pedimos a Dios que nos redima de nuestros pecados. Esto lo hacemos por si acaso, no vaya a ser que exista. ¡Qué zorracos/as!


Cuando se apagaban las últimas notas de la melodía, Don Valerio, con más pasión que nunca y con un timbre de voz casi celestial, se esmeraba en explicarnos el Santo Evangelio según San Mateo. Al parecer a San Mateo le parecía que quién temía al Señor, estaba colmado de dicha. Pues sinceramente esto, dándole la vuelta, es tanto como afirmar que el que ama al demonio está completo de gloria. No me digáis que no cabe interrogarse si esa reflexión la hizo San Mateo estando sereno, so pena de que a este apóstol le faltara un tornillo.


Cuando ya vi que la doctrina de San Mateo no me entraba ni con calzador, de nuevo me dediqué a barrer la iglesia con la mirada. Con la voz de fondo del pastor de San Esteban, abstraído en mis pensamientos, detuve mi mirada en dos imágenes que flanqueaban el Altar Mayor del templo: Jesucristo a la izquierda y la Virgen María a la derecha. Y las observé con detalle. Pude comprobar que estas dos imágenes principales de la religión católica tienen un patrón rígido en su diseño y construcción, en todas las iglesias están representados de forma idéntica. Y si me permitís, expreso aquí tan ricamente que ya me extraña a mí que así fueran a ser Jesús y María. Ya, ya.


Jesucristo es presentado siempre con los codos y las rodillas hechas un cisco y ensangrentadas, así como también un par de lágrimas de sangre en su rostro; suele aparecer amenazante, triste, lloroso, oscuro, sucio y, sobre su hermosa melena, una corona de espinas, por si era poco. De ahí que, a pesar de su cuerpo atlético, se popularizara la expresión de “estás hecho un Cristo”. No me extraña ni un pelo, menudo periplo pasó desde que arrancó con la Cruz a cuestas hasta que lo crucificaron.


Con la Virgen María, los imagineros, han tenido mucha más consideración. Esta figura aparece con un halo de divinidad; salvadora, gloriosa, clemente, alegre, limpia y compasiva. Su rostro es de sentimiento grato, aunque de piel pálida, avejentada y desnaturalizada como si fuera fumadora. Y como base suele tener una especie de nube o de trozo de cielo con varios angelitos pequeñitos asomando con el dedo índice estirado, pero sin señalar a nadie. ¿Habíais pensado en eso alguna vez? Absolutamente nadie le conoce los pies a la Virgen. Por cierto, lo contrario que con Jesucristo, que siempre que hacemos referencia a la dureza de un objeto o un alimento, nombramos tan campantes los pies de Cristo en la comparativa. ¡Cuidado que da juego a nivel coloquial esto, chacho!


Metido de lleno estaba yo en estas observaciones cuando, de repente, me devuelve al momento un toque suave en mi hombro con un cesto. Reconozco que me cogió descuidado y me supuso un mal trago, ya que cuando vemos venir la bandeja con tiempo, tenemos margen suficiente para escarbar el monedero y sacar las monedas que tenemos de color cobre. No nos engañemos, esto es así. Y además es así en todo tiempo, no está relacionado con la crisis. Tan sólo se produce una excepción: sólo se llena alegremente el cesto los días señalados para cada Virgen o para cada Cristo. Por ejemplo, si es el día de la Virgen de la Piedad, con peticiones previas de milagros o concesiones importantes, las personas interesadas, instaladas en la esperanza de que se les conceda lo pedido, sacuden el monedero y arrean algún billete. De lo contrario, lo dicho: cobre, cobre y más cobre.

lunes, 21 de noviembre de 2011

EL DOMINGO FUI A MISA I

Aunque mi última experiencia fue muy desagradable, tal cual conté en la segunda parte de mi entrada de este blog “Los bancos de la Iglesia”, llevaba tiempo tentado de volver a una iglesia. Mejor dicho de volver a la Iglesia de San Esteban de Plasencia, donde el sacerdote encargado del cuidado, instrucción y doctrina espiritual de la feligresía de ese barrio es mi cura favorito, Don Valerio.


Sin embargo, a diferencia de la vez anterior, ahora ya no sentía necesidad de buscar nada relacionado con la Fe, porque ya no creo en Dios. Simple y llanamente quería asistir a misa para seguir profundizando en mi estudio de este ritual cristiano como hecho sociológico.


Sinceramente fue una eucaristía apasionante, cargada de frases realmente preciosas y con un contenido enormemente controvertido. Reconozco que hubo momentos que me tocaron el alma.


De todos es conocido el vicio que tenían los Apóstoles de escribir cartas. Bien, pues en esta misa, para la lectura de la carta de San Pablo a los Tesalonicenses, salieron tres fieles de edad avanzada. Dos mujeres y un hombre. Bajo la atenta mirada de Don Valerio, una de las lectoras, se las tuvo tiesas con el cable del micrófono por el que iban a cantar el texto de la epístola de San Pablo. Dicho cable estaba atravesado en el último escalón de subida al púlpito y la susodicha lectora, tal vez por su edad, de manera torpe y casi ridícula, enredó su pie derecho con el cable. En ese instante, levantó el pie del suelo, hizo unos movimientos espasmódicos con él, extendió los brazos, amagó con agacharse, irguió su cuerpo, hizo un zigzag con el pie liado por el cable y tiró bruscamente del mismo hacia atrás a modo de coz dejando el cable hecho un moño en el suelo. Parecía que estaba bailando un picado salmantino, de verdad. Sus otros dos compañeros de lectura, insolidarios, permanecieron impasibles viendo cómo esta buena señora libraba su batalla con el cable para salvaguardar su crisma de un buen porrazo mañanero. Y Don Valerio permaneció atento, pero confiado de que ese entuerto terminaría bien por la buena voluntad de Dios. Don Valerio es así, es de los pocos curas que creen de verdad en Dios.


La lectura versaba sobre la obligación de la mujer de estar metida en su casa y crear un hermoso hogar para el hombre. Desde luego, menos mal que San Pablo escribió esto cuando lo escribió porque, aún a sabiendas de que pertenecía a épocas remotas, todavía daban ganas de echarse las manos a la cabeza. O salir corriendo al Juzgado de Guardia más próximo.


El templo disponía de un Altar formado por una mesa enorme de roca compacta y dura de granito, apoyada sobre dos pies del mismo material, vestida con un mantel blanco inmaculado y, sobre la misma, seis cirios en cada uno de sus extremos con un encendido eléctrico que simulaba la forma de la llama de una vela. De ambos lados, el cirio del medio, permanecía apagado. Yo sospecho que no era intencionado, sino que estaban fundidas sendas lamparitas.


Inmediatamente después de la lectura, Don Valerio, se dispuso para abandonar su asiento tras el Altar. Era el momento de comentar dicha lectura y el sacerdote sabía que tenía ante sí un papelón. Sin embargo, Don Valerio, se encargó de explicar que esa lectura hacía referencia a una sociedad primaria, donde la mujer no tenía derecho alguno y que distaba muy mucho de la sociedad actual y del ideario de la Iglesia de hoy. Me queda la duda de si algún parroquiano se habría indignado si el cura, en lugar de mostrar su rechazo y su pensamiento antinómico, hubiera reforzado el contenido de la lectura.

martes, 8 de noviembre de 2011

AIRES DE OTOÑO y III

Me saluda hoy el día con una mañana soleada, de rayos de sol que templan mi sonrisa, aunque mezclada con un aire ligero que enfría muchos sentimientos. Es uno de esos días en los que puedo oler las palabras y los silencios, y también puedo oler los días que están por llegar. Un día de estos que no buscas nada y lo encuentras todo.

Desentrañar misterios, descubrir enigmas, desatar nudos, desandar caminos sin retroceder, interpretar sonrisas, configurar gestos, imaginar palabras, sumar abrazos, sentir tristeza, respirar melancolía, regalar miradas, ocultar llantos... Todo eso es el amor, entre todos esos condimentos conjugan y cocinan el verbo amar. Y amar también es retirarse a tiempo, pero este acto es demasiado generoso para la condición humana.

Como las burbujas de agua hirviendo, que se forman en el interior del líquido pero salen a la superficie y se muestran virulentas, así quiere manifestarse hoy mi sentimiento, ponzoñoso y mordaz, ardiente. He pulverizado la bendición de mirarte y emocionarme, te has convertido en apagadora de sonrisas.

Me hubiera gustado convertirme para ti en la caricia más bella jamás dada, hubiera dado la vida por arrancarte de las garras del miedo que alguna vez sentiste a enamorarte, hubiera vendido mi alma al diablo por esperarte eternamente y convertirme en el naranjo de tu patio que sostiene tu espalda. Pero todo eso son ya palabras caídas y rotas, ahogadas en los charcos de las lluvias recibidas mientras yo te amaba locamente desde mi escondite a la par que buscaba tu conquista lenta y laboriosa. Cada vez que tenía cogido entre mis manos tu corazón, él pegaba un saltito y se perdía en la espesura de mi triste existencia, en la frondosidad de tu devastadora ausencia.

El destino se obstina en demostrarme que mi capacidad de amar está bajo palio, en una burbuja truculenta que tiene como misión lograr que el único amor de mi vida sea ya mi apesadumbrada soledad. Esto es así de duro, hay que saberlo aceptar, tengo que ser conocedor de que existen cosas que se pierden para siempre.

Viviré haciendo daño a mi propio corazón, que es quien realmente lo merece. Evitaré acercarme a patios con naranjos donde haya mujeres que leen y nunca más volveré a intentar que mis pensamientos y mis sentimientos encuentren sintonía con los de otra persona.

Prometo que mi penitencia será eterna.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

AIRES DE OTOÑO II

Amanece con llovizna, es una mañana vestida de gris. Sin embargo, a diferencia de otras veces y otras lluvias, este gris es plateado, casi brillante. Además es un día muy generoso, porque no apaga el olor a azahar que desprende el patio con naranjo en donde hay una mujer que lee. La mujer.

Me aproximo al patio empujado por la esperanza de recibir una mirada de la mujer. Me mira y justo en ese momento me sobrecoge un resplandor vivo y efímero, una ráfaga de luz intensa que se enciende y que se amengua cuando deja de mirarme. No le sorprende verme allí. Las cosas bellas son así, nunca se sorprenden de ser observadas; esto pasa porque lo bello, se sabe bello. Debo iniciar alguna maniobra de aproximación a esta linda mujer, pero reconozco que mi empresa es difícil. El naranjo luce su verde vivo, casi vehemente, ajeno a mis propósitos. Deja de llover.

Con bolígrafo de tinta verde, verde esperanza, le escribo una nota y se la dejo pegada a la verja de la puerta del patio que tiene un naranjo. Veo cómo pasa una página de su libro que, a la vez, es también como pasar una página del tiempo y una página de su vida. ¡Lo que se puede pasar en una fracción de segundo, eh! Al menos ya sabemos cuántas cosas podemos detener si no pasamos la hoja de un libro.

Esperé escondido tras un árbol para comprobar si mi mensaje había despertado su interés, si se levantaba a cogerlo y cuánto tardaba en hacerlo. Todos esos ingredientes serían buenos indicadores para evaluar yo el grado de interés que le despertaba el chico que merodeaba por su bonito patio con naranjo, el hombre misterioso que paseaba ya por las orillas engalanadas de su preciosa cara. Su reacción fue inmediata. Miró a un lado, miró a otro y cuando creyó no ser vista cogió el papel con presteza. Leyó casi nerviosa.

- “He compuesto una preciosa canción de amor. Pienso cantarla, ¿quieres ser mi corista? Y después de ser cantada, si suena bella, exploramos las posibilidades que hay de vivirla. No digas nada, si tu respuesta es afirmativa mira al cielo, que Dios mandará un angelito para que me avise”.

Miró al cielo. Sonrió. Soñó. Despertó. Volvió a mirar al cielo por si antes no habían captado allí su mensaje.

Observé en silencio y, contra mi voluntad, marché con la satisfacción de haber ganado mi primera batalla. El amor es así de zorro, un encuentro casual avanza por dónde él quiere y hace creer a los protagonistas que son ellos los que ganan, los que vencen batallas. El amor, a veces, hace creer a las personas que se enamoran y luego resulta ser que es todo mentira, que se trata de una falsa sensación. Desde aquí le pido al amor que se manifieste con sinceridad, por favor. Que no engañe a seres inocentes, porque puede hacer mucho, muchísimo daño.

La mujer que habitualmente lee sentada en el patio que tiene un naranjo ya no va directamente a tomar su asiento junto al tronco del naranjo. Ahora mira impaciente hacia un lado y hacia otro de la calle, aunque tras la verja de entrada al patio. Yo sigo observándola desde mi escondite, para terminar de verificar que mi conquista será un triunfo seguro.


Vista de espaldas, cuando camina, tiene unas formas realmente preciosas. Me encantan sus pasos, ojalá un día vengan a mi encuentro y también ojalá ese día ya caminen siempre junto a mí. Eso sí, debo de tener paciencia, porque una mujer especial nunca tiene prisa. Un hombre ordinario, sí.

De nuevo aparece la lluvia.

miércoles, 26 de octubre de 2011

AIRES DE OTOÑO I

Corre invisible el aire por donde le dejan hueco las paredes y los muros, acaricia rostros que pasean con el ánimo de encontrar una sonrisa, golpea contra algunos ojos que humedece y les hace brotar alguna lágrima involuntaria, esto siempre viene bien. Este aire nos empuja a todos un poco más allá y la policía del tiempo no es capaz de detenerlo.

Es un aire muy fino, desde debajo de tu sombra no se percibe.

Habito en la espinosa mansión de mis profundos pensamientos, me sostengo sobre una corriente de aire y busco resortes que me ayuden a agarrarme a las paredes del cielo, no quiero caer a ningún abismo. Y Dios hoy no está por ayudar. El aire sigue regalando caricias, es como el mundo: nunca se para.

Me refugio un rato bajo tu piel erizada, rozo la gloria.

El aire persiste y esta vez viene aderezado con una lluvia fina, casi delicada. Tratan ambos de hacerme más agradable el paseo, porque el agua y la lluvia juntas, a veces, son amables. La primera mitad del día está resultando, cuando menos, curiosa. Al menos eso me parece a mí, pero con la debida cautela, porque igual todo cuanto veo es una imagen virtual. Sigo mi paseo y, a ratos, siento como si fuera en un carruaje. ¡Ay, no sé, igual estoy delirando de deseo! ¿Qué deseo? Tal vez no tengo deseo alguno y es el propio deseo quien trata de posarse en mí. Como veis, este dilema que me asalta es la hostia.

Tu felicidad ha quedado colgada de la rama de un árbol, yo sigo encajado en la copa de tu corazón.

Ahora el aire se cuela en un patio y agita las hojas siempre verdes de un naranjo, quiere enseñárselas al otoño, para que este se sienta impotente. Es un naranjo florido, pero sin frutos. Tan sólo tiene junto a su tronco sentada a una mujer que parece una hoja más del naranjo, pero sin peciolo. La mujer es como mi sentimiento: ovalada. Y como las hojas del naranjo. Está inmersa en sí misma, parece que no tiene idea de regresar a la superficie, al límite de su cuerpo con el exterior. La imagen me recuerda a los veranos rurales de mi niñez. Los patios siempre traen recuerdos lejanos. Y las mujeres también.

Tú no traes tanto recuerdo porque no eres una mujer… tú eres una Diosa, incorpórea, etérea, vaporosa…

Decido quedarme con la mujer del patio que tiene un naranjo, y saco de mi vida a la otra mujer que sigue y cierra cada uno de estos párrafos. Más que una mujer era una ideación mía, de existencia aparente y no real, pero no os creáis me ha costado desprenderme de ella.

Ahora debo iniciar la conquista de la mujer del patio que tiene un naranjo.

El aire cesa.

jueves, 13 de octubre de 2011

EN TODO CASO, UN BESO

Esta tarde planea una rara sensación sobre mi corazón que lo cerca, que lo ocupa, que lo anula, que lo enfría y que lo hiere. Siento que una parte de mí ya no está, una parte que me hace mucha falta y que, definitivamente, la fuerza de la vida me la está apagando y me enseña cómo marcha a chorros de mi lado.


Me siento como las montañas recién duchadas por el rocío de la noche, cuando la bruma de madrugada las corona como enormes toallas blancas que tratan de secarlas. Me siento llorado, oscuro, lejano, empinado, escarpado… inalcanzable. Me parece que se posan en mí miradas curiosas que terminan observando paisajes diferentes a los que buscan, paisajes fríos como témpanos de hielo.


Hilos de acero recorren mi interior, a velocidad de rayo. Tengo la impresión de ser como el agua, me veo serpenteando por las espaldas de la vida: líquido, inodoro, insípido, incoloro… el curso de mi río termina su carrera en el delta de la ausencia de la parte de mi vida que se va. El dolor me golpea violentamente y esta vez mi vida va a quedar contusionada. El dolor, maldita sea, me hace hervir como las calderas del infierno, es un dolor ilimitado…


Y es que, esta tarde, esa rara sensación que planea sobre mi corazón, es un bisturí que corta mi vida igual que un buque corta el agua, de la misma manera que una flecha corta el viento. Hace incisiones en mi cuerpo, lo surca, lo llena de cráteres y con las tiras de mi piel trenza figuras de pesadumbre, de tristeza, de enojo, de melancolía. Y mientras, esa parte de mi vida que se me va, da un paso más hacia un destino que ya va quedando muy lejos de mí.


Incluso noto en su mirada los primeros atisbos de despedida, tornasol de amor y cariño, con un esbozo de impotencia porque siente no seguir junto a mí, no escucharme, no compartir mis alegrías y no combatir a los que tratan de herirme. Consciente de que cuando se vaya, mi vida quedará seriamente debilitada, pero sabedor de que jamás traicionaré su legado inmaterial. Y por muy doloroso que sea, tal cual se me enseñó, te veré partir de pie, a cara alta, mirando de frente, agarrando tu recuerdo hasta despellejarme…


Pero, espera, no me puedes dejar así. Al menos ahora no. Déjame que te cuente algunas cosas últimas que me han pasado. Necesito sentir tus palabras protectoras, tus gestos de apoyo borrando de mi recuerdo la crueldad con la que mis enemigos tratan de hundirme, tu fuerza inmensa arrancando de mi mente las palabras diabólicas con las que alguien trata de medrar sobre mí. Anda, por favor, regresa aunque sólo sea un momento… el momento preciso en que te necesito, el momento macabro que empiezo a ver que a partir de ahora mi apoyo es mi lágrima, tu recuerdo.


Juro por mi vida que jamás traicionaré la honestidad que me inculcaste.


Aquí y allá, ahora y siempre, en todo caso, un beso.

viernes, 30 de septiembre de 2011

MHA

I

El viento acariciaba su rostro con un soplo fresco permanente, casi enamorado; movía sus cabellos con un ritmo regular dejándolos suspendidos en el aire, parecía un baile de pétalos de flores. Las nubes formaban halos que rodeaban su cabeza y le conferían un aspecto de divinidad. Sonreía en el presente mientras sonaban las canciones que un día serían de su pasado.

Macetas de plantas blancas, de calas níveas que rompían la fiereza de la oscuridad para iluminar a una hamadríade hurdana. Terraza de verano que congelaba una sonrisa abierta y la hacía leyenda; armonía perfecta con una preciosa melodía que sonaba a la hora bruja. Acordes de su vida que iniciaban la conformación de su historia personal y que jamás olvidaría.

Joven hermosa, nereida cargada de luz, irradiando claridad se hacía tan bella que educaba las miradas masculinas en sensibilidad. Muchacha de verbo fácil, de sonrisa sincera, amable, ecuánime; de actitud presta y diligente. Nacida de la tierra madre de Nuñomoral quedó configurada como mujer enérgica, sana, vital; de piel cíngara arrancada de la entraña de la Índia. Y en su mente multiplicidad de culturas fusionadas bajo el lenguaje del amor y la concordia.

Para un día ser feliz, cuando ya estuviera en otros mundos, decidió dedicarse a cultivar su alma. La llenó de peculiares semillas que ella misma extraía de su corazón: ternura, humanidad, afectos, amor… Y con ese jardín interior logró una sintonía perfecta con la mentalidad de todos quienes la rodeaban.

II

Aires de mar envuelven a la mujer de blanco, acantilados que se abren para ella y le brindan sus asientos rocosos para entrar en sus pensamientos. Sobre las espaldas del mediterráneo se dibuja un futuro azul marino, con subidas de ola que la elevan para ver Barcelona y saludarla. La ciudad reposa a sus espaldas, recostada sobre el Tibidabo, un indret màgic i emblemàtic de la ciutat de Barcelona, y la espera paciente, en silencio, a media sonrisa... Tal vez quieren crecer juntos.

Quería vivir deseando lo que deseó de niña y llorando por lo que lloró entonces, pero no se lo contó a nadie para no romper su pureza. Amarró su pasado y se aseguró su futuro.

Y Barcelona acoge, descubre, hace suya a una mujer geométrica, segura, espiritual; una mujer que irradia una refrescante corriente de fuerza y felicidad que arrastra a todo el mundo sin poder evitarlo. Cambian algunos aires catalanes, se enriquecen, suman, se multiplican, acarician la superficie del mar y navegan abriendo mundos diversos.

Y cuando haya causas que hagan que la ciudad se le clave, ojalá piense que existe otro lugar en el mundo donde dejó un vestigio de su vida, una huella indeleble; un espacio donde su existencia comenzó a fluir y ayudó a construir lo que hoy es... lo que aquí se acaba de definir.

jueves, 8 de septiembre de 2011

TE DEJARÉ DE SONREIR

Aún sabiendo que quizás nunca lo podría devolver, pedí un préstamo de ilusión al banco de la esperanza. Tras un estudio exhaustivo, el crédito, me fue concedido, pero a un interés altísimo. Tuve que hipotecar para ello mi propia vida.



Quería invertir mi nuevo caudal en ti, pero tú te habías dedicado a buscar razones por las que no amar. Razones poderosas guiadas por la fuerza de la lógica, ignorando que el amor posee una fuerza inmensamente superior a cualquier lógica de vida. El amor nos empuja, nos arrastra, nos sobrepasa… se nos clava. Y si no vence, nos mata. Tú, obcecada por tu punto de vista único, no veías el peligro y seguías flirteando con la muerte.



Sentado en los rincones de mis momentos tristes buscaba los porqués de tus caprichos, que siempre eran contrarios a lo que realmente sentías. Me preguntaba si sabías que mis sonrisas no eran signos de alegría personal, sino regalos cargados de amor que te hacía con todas mis miradas; sonrisas que se dibujaban en un rostro que te amaba profundamente. Pero tú me mostrabas actitudes que se encargaban de recordarme que mi chispa ya no podía prenderse, que mi fuego debía permanecer apagado ya para siempre. Y yo de nuevo volvía a sentir que todos los trenes de mi vida habían pasado ya, que tan solo quedaba mi vagón, que era en el que yo viajaba y del cual no me podía apear. Un vagón lúgubre que ya sin ti tenía destino a ninguna parte, tal vez a una fosa donde aparcar y hacer una parada ya eterna.



Para ti deseo lo mejor, porque aún fuera de mí te seguiré amando siempre. Sin embargo, también quiero decirte que ahora descubrirás que detrás de mí no había ningún paraíso, que no todo era mejor, que es difícil encontrar a alguien que te quiera como yo, que la vida tiene dosis altas de amargura, que la felicidad no está en donde la buscamos, que las sonrisas no son tan fáciles de conseguir, que los abrazos tienen olores especiales muchas veces aderezados por la traición, que no todas las miradas son transparentes… y que allá, donde el aire da la vuelta, volverás a encontrar la nostalgia de mis aromas, pero para entonces yo ya no estaré.



Hoy ya, desde los restos de mi naufragio, desde mi paso apenado por este invento de la vida, prometo no volver a enamorarme, no sacar más mi vista de mi ombligo. Ocuparé mis noches en repasar mi vida y dejar como legado el manual de los errores evitables, como tratado para que nadie pierda a quien ama.



El ritmo irregular de la lluvia me recuerda a ti, pero prometo no regresar de mi muerte. No quiero volver a hacer daño a nadie y menos por amor.



Día a día me iré dejando morir.

sábado, 13 de agosto de 2011

COSAS DE VERANO

Tengo que confesar que últimamente me encantan las denominadas vacaciones familiares. Sí, sí, esas que un día de verano cargas el coche hasta las trancas y te vas a pasar seis o siete días a un hotel de playa repleto de gentes del interior y con la fachada llena de banderas de todos los lugares. Un hotel de estos que en la entrada suele tener una plazoleta muy cuidada, con una fuente redonda en el centro de la misma en la cual se cruzan varios chorros de agua en perpendicular y en su centro se erige un enorme ancla de barco con un aspecto herrumbroso.


El primer momento, cuando llegas, lo primero que haces es pegarle una inspección ocular al hotel a ver “qué tiene”. Y todo te hace gracia. Te hace gracia el hall, las escaleras, la típica fuente interior del recibidor; te hacen gracia los salones, las sillas, los sofás, las plantas de plástico que hay en cualquier esquina, el olor del comedor al cruzar; también te hace gracia la habitación, la tele (siempre te crees que ahí verás algún canal que en la vida has visto y que te encantará); te hacen mucha gracia las camas y su tamaño, cuya visión va acompañada del correspondiente apretón al colchón para comprobar que es de los buenos y el subsiguiente estirón a la colcha para apartarla para atrás (es la gran cenicienta de nuestras vacaciones, paraos a pensar verás); siguiendo el recorrido, hace mucha gracia el cuarto de baño, el grifo de ducha de la bañera y los hierros laterales color plata de esta que nadie sabe para qué son, nadie usa, pero ahí están ellos, tan anchos y haciéndonos gracia. Por cierto, que para descubrir la bañera y que nos haga gracia, menudo tirón le pegamos a la cortina, prenda que, previamente, ya nos había hecho también gracia porque suele ser de plexiglás.Generalmente, los usuarios que menos experiencia tienen contratan su paquete vacacional “a pensión completa”. Éstos, en un primer momento, entran muy animados y contentos al comedor, pero con mucha reticencia; siempre tienen la impresión de que alguien les puede decir algo acerca de la cantidad que comen y también tienen la convicción absoluta de que la misión de los camareros no es servir y ayudar, sino vigilar, frenar y fiscalizar las tremendas cantidades de comida que ellos se sirven. Sin embargo, los que tienen ya experiencias anteriores en este tipo de vacaciones, contratan su estancia en el hotel “a media pensión”. Ellos afirman que así desayunan y cenan en el hotel y al mediodía comen en los diferentes restaurantes de la zona para probar la gastronomía autóctona, pero yo he comprobado que en la mayoría de los casos eso es mentira. Pronto podemos comprobar cómo desayunan y almuerzan en el hotel y por la noche cenan en la habitación fiambres que se compran en el Mercadona de la localidad. Entre ellos razonan y justifican este hecho aduciendo el típico argumento de que con los “frites” del hotel le tienen el estómago ya cargado, pero este hecho se desmiente por sí sólo viéndolos comer al día siguiente de nuevo en el buffet del hotel. La fauna de la playa es variada y heterogénea, me refiero físicamente, claro. Y vista una playa, están todas vistas, al menos en ese aspecto.


Superado ya el impacto inicial, el comedor nos ofrece un espectáculo digno de mencionar. Ahí es dónde se ven las tablas que cada uno tiene en los hoteles, si eres novato o si llevas años ya frecuentando este tipo de establecimientos. El comedor ofrece un buffet libre y, a juzgar por la desmesurada ingesta de alimentos que ahí se hace, yo diría que también salvaje. La bebida como va aparte y hay que pagarla (ridícula medida, por cierto) fluye mucho menos.



Y un último hecho digno de reseñar ya aparte del tema del hotel es la playa. Todos tenemos una misma manía: durante todas las vacaciones nos colocamos en el mismo lugar de la playa que elegimos el primer día. Y claro, esto tiene como consecuencia directa conocer visualmente a nuestros vecinos y nuestras vecinas de playa.



Un hecho curioso es que a pesar de los cuerpos esculturales que se pueden observar en las playas, siempre posamos nuestra mirada en otro tipo de físicos. Las tías buenas y los tíos buenos los recordamos en su conjunto, pero no de manera específica y concreta. Sin embargo, algunos cuerpos quedan fijados de tal manera en nuestra retina que cuando contamos cómo eran hacemos una descripción de los mismos que nuestras palabras se convierten en una auténtica fotografía para quien nos escucha. Por ejemplo, yo recuerdo una mujer que estaba saliendo lentamente del agua, disfrutando entre olas y me sorprendió cómo en un primer momento observé que no tenía tetas, hasta que dio cuatro pasos más hacia afuera y comprobé que las tenía en el ombligo. Recuerdo también a un hombre que tenía bajo sus tetas un par de círculos concéntricos de carne, a modo de muñeco de michelín. Se puso de espaldas a mí y parecía que le habían pegado un par de hachazos a cada lado de su espalda. Ahora bien, si tengo que contaros un recuerdo que jamás se borrará de mi memoria, es el de una mujer que llegó a tomar el sol junto a mí con un gorro hecho a mano, de hilo blanco. Era una mujer elefantiásica, tremendamente grande; sinceramente, era una mole de carne. Llegaba y se embadurnaba de crema hasta el cogote y luego se tumbaba a tomar el sol. En una de estas se puso de lado y en ese mismo instante las dos tetas se le desprendieron del sujetador del biquini y cayeron desplomadas en la arena, haciendo el correspondiente hoyito en el suelo. De verdad, cada parte de su cuerpo parecía que tenía vida propia. La miraras desde donde la miraras parecía como si la vieras en tres dimensiones. La imagen más esperpéntica la dio un día que estaba tumbada en la arena de espaldas y de repente se levantó y se colocó justo frente a mí. Yo que estaba mirando el horizonte del mar y reflexionando, haciendo una introspección, un paseo hacia mi interior, me pareció en un primer momento que se había nublado. Fijé mi atención en ella, a ver qué hacía. A pesar de sus dimensiones, se movía con bastante agilidad. De espaldas al mar, con las piernas estiradas, se agachó a coger la crema de su bolso y la imagen fue dantesca, de verdad. En medio de sus brazos estirados, se le cayeron en vertical las tetas hacia el suelo de tal manera que no sé cuáles eran más largos, si los brazos o las tetas. Eso sí, me dio una imagen del mar hasta ese momento desconocida para mí. Sus dos tetas desplegadas hasta el infinito formaban un canalillo perfecto y este, a su vez, te dirigía la vista hacia su entrepierna, donde había un tueco que te dejaba ver el mar como si miraras por un anteojo monocular. Y eso que tras su cigüeñal había dos trocitos de carne de culo que se le caía y marcaba claramente el límite último de su cuerpo. Me resultará muy difícil olvidar a esa mujer, sus movimientos, su mirada, su silencio, su gestos, su desparpajo, su desenvoltura... su cuerpo ciclópeo.



Francamente, algo fácil de contar pero difícil de describir.



En esta entrada me he pasado de extensión, pero me apetecía compartir con vosotros algunas reflexiones y vivencias de uno de mis días de vacaciones. Espero que al menos os haya entretenido un ratito y no se os haya hecho pesada.

martes, 19 de julio de 2011

UN PEDAZO DE MI VIDA

Todo el mundo desbordaba felicidad, alegría; parecía como si fuera a ser una noche especial, diferente, cargada de sorpresas, de enigmas que poco a poco se irían desentrañando. Nuñomoral veneraba a su patrón, un santo muy milagroso llamado Blas.

Comenzó el cielo a vestirse con traje negro oscuro decorado con relámpagos finitos de blanco solar, motivos fugaces que mezclaban el misterio, el terror, la incertidumbre, la esperanza, el ruido, las caídas, las sonrisas, las lágrimas, las fiestas y las penas. En fin, en definitiva, los destinos de los seres humanos, los futuros no escritos, el devenir que la fuerza de la vida impone individualmente a cada uno.

Los fuegos de artificio querían competir en singularidad y belleza con un mundo cada vez más engreído. Un mundo que tenía un cielo… o un cielo que albergaba un mundo. Una de dos. Y yo iniciando el camino de mi vida en un pueblecito que aún vivía ajeno a las prisas, al alboroto y a las discordias.

Cuando tienes cinco añitos no entiendes las lógicas estúpidas de los adultos, piensas que sus cosas jamás formarán parte del mundo que un día tú vivirás.

Aterrado por los truenos y por las explosiones de los cohetes me refugié en la carnicería del pueblo. Abrí una cortina de tiras metálicas, entré con mi rostro mojado en un habitáculo donde varios adultos voceaban e intercambiaban palabras, pero no llegaban a comunicarse. Hacían transacciones comerciales, contraponían intereses, se negaban, asentían, adquirían mercancía, no reparaban en un niño muerto de miedo que miraba la vida tras una cortina. Bueno, nada especial, simplemente cosas de adultos, ¿no?

Dentro, por su indiferencia y su lejanía, me sentía extraño a ellos, distante, de otra condición. Miré la calle tenebrosa a través de las cortinas y comprobé que a lo largo de mi vida viviría muchas explosiones, tendría muchos miedos, recibiría muchas indiferencias y formaría parte de un mundo que en poco mejoraría al que hoy me estaban construyendo esos adultos que no mitigaban mi miedo. Aquella noche ausente de color, de contraste entre blanco y negro, de lunas rotas, de soles apagados, de Dioses escondidos, de estrellas sin luz, de ángeles sin gloria; aquella noche, decía, descubrí yo que las realidades de los adultos y las de los niños son un choque entre dos mundos, igual que una tragedia.


martes, 12 de julio de 2011

DONDE QUIERA QUE ESTÉS

Te pedí tantas veces con mi mirada que te quedaras, que permanecieras a mi lado, que ya no podía más. Te necesitaba tanto que sólo te lo podía transmitir con miradas y silencios, con ojos que suplicaban que me quisieras. Necesitaba que vieras mi angustia, que me aliviaras, que no me dejaras solo cuando tenía la necesidad imperiosa de estar lleno de ti, de tenerte junto a mí. Pero todo mi mundo se derrumbó como un castillo de naipes cuando descubrí que era mentira que hay ocasiones en que las palabras sobran. Las palabras solo sobran cuando se ama de verdad, cuando se quiere a alguien mirándolo de frente y quedándote completamente embriagado de él, prendado de él, escondido bajo su piel.

Palabras no emitidas que jamás percibiste, felicidades que tú buscabas en otros lugares lejos de mí, en corazones que no eran el mío. Ahogado en lágrimas manchadas de soledad, mi pecho reventaba de angustia y mis ojos inundados te veían cada día en lugares más remotos. Miraba al cielo buscando la compasión de un Dios tan ausente como tú. Mi dolor era tan grande que por momentos creía enloquecer. Un movimiento interior rompía mi pecho con tal virulencia que llegaba a separar mi consciencia de mi cuerpo.

Una caricia en un momento preciso, una mirada de comprensión y apoyo, un te quiero, una sonrisa cómplice, un gesto de amor en clave… Todo ese mar de cosas necesitaba, pero las necesitaba de ti. Igual que te arropé cuando era fuerte, también te busqué desde la debilidad de mi soledad, de mi tierra no habitada. Todavía aumentaste más la distancia.

Fatigado, apagado, casi ya marchito, envuelto en pena y nadando con los brazos rotos en el lodo, mi vida se debilitaba y quedaba al borde del precipicio de un vacío inmenso, sin fondo. En mis ojos no amainaba la tempestad.

La vida es tozuda y nos impone su realidad, una realidad que en esta ocasión era idéntica a tu deseo. Hay realidades que matan, pero hay que saberlas tragar y digerir. Aunque el dolor me quede para siempre, espero poder dejar pronto tras de mí este terrible sufrimiento.

Reconozco que daría lo que fuera por volverte a ver, decirte a media voz que te amo profundamente, pero que tú también me ames. No te llevaste una parte de mi corazón, te lo llevaste entero. Después de ti sólo quedaba un negro abismo, una caverna horrible e inhabitada. Y lo peor de todo, después de ti, la insensibilidad se apoderó de mí. Era tal el amor que te tenía, que seré incapaz de volver a amar a otra mujer.

Y es que, después de ti, ya solo estaba yo… y también estaba yo solo.

sábado, 2 de julio de 2011

SOMOS MUNDOS

Hay que saber aproximarse al ser humano para saber realmente cómo es, para conocer su verdadera condición. Se dice que cada persona es un mundo y, como tal, no podemos olvidar que hay mundos reales, mundos imaginarios, mundos catastróficos, mundos alegres, divertidos, felices. También existen mundos fantásticos llenos de hogueras y enamorados envueltos en mantas. Mundos hijos de puta, mundos de gloria, de banalidades, mundos que albergan lastre y miseria y mundos que ocultan esquinas oscuras con misterios truculentos. Algunos otros mundos no encuentran su lugar en el mundo.

Y dentro de cada uno de los mundos que representan a cada ser humano, comprobamos que hay otros mundos o, si se quiere, submundos. Podemos encontrarnos con submundos agradables, apetecibles y bondadosos que pertenecen a mundos insufribles y crueles; también nos topamos con submundos sangrientos, duros y violentos que forman parte de mundos claros y patentes, de gustos y placeres vehementes y de tranquilidades y quietudes mezcladas con palomas de paz con ramitas en sus picos. Otros submundos hay que son tranquilos, sosegados, llenos de luz y felicidad, pero son parte de mundos desapacibles, turbados y llenos de pasiones bajas.

Sin embargo, las personas con sus mundos y sus submundos, siempre se sienten parte del mundo al que no pertenecen. Y también creen hallarse en los submundos en los que verdaderamente no están.

Y siendo cada persona un mundo no entiendo por qué coños hay más mundos que personas.

Alguna gente lucha por su mundo y por el mundo de la persona que ama; otros luchan por sí mismos, es lo que les queda en el mundo, en su mundo. No obstante, a los mundos no les gusta ser luchados, de verdad. A las personas sí, les encanta que se batalle por ellas, que su conquista sea dura, cruenta, a muerte… que sean invadidas si hace falta, pero dejando víctimas. El mundo es más sano que las personas que lo habitan.

Por eso, invito a todo el mundo a que no busque su lugar en el mundo, sino más bien ha de buscar su mundo. Puede estar más o menos oculto, pero todo el mundo tiene un mundo.

No sé si con el calor que asola mi mundo estoy empezando a delirar o qué, por eso voy a ir finiquitando esta entrada, no sea que quede fuera del mundo. O puede que me pase a otro mundo disparatado e imprudente, un mundo en donde yo haya perdido la razón.

El mundo está loco… o yo. Oye, realmente no lo sé. Prometo que si encuentro un mundo de cordura enmendaré esta entrada.

Mundo, se os quiere.

viernes, 17 de junio de 2011

EL MAR DE TU AUSENCIA

Perdía mi vista en los misteriosos horizontes lejanos de aquel inmenso mar. Recorría con mi mirada partes de la historia de mi vida y recordaba imágenes de tiempos casi ya remotos en los que fui muy feliz.

Las aguas se aquietaban por momentos porque el mar deseaba escuchar mis silencios. Las olas me cortejaban haciendo un baile que era como una ceremonia secreta de culto a las divinidades de mis pensamientos. Sin embargo, cuando el mar no conseguía sus propósitos, rugía con fiereza y lanzaba con violencia olas despiadadas y crueles que reventaban su ira sobre las espaldas irregulares de las rocas. Los latidos de mi corazón seguían sonando al ralentí. Y mi mirada seguía perdiéndose en horizontes azulados, plata, gris, blanco nacarado… espaldas mojadas de mar. Negro.

Tenía mi mente abarrotada de ti, tu recuerdo marcaba la potencia de mi alma y me traía vivencias de un amor sincero, honesto, noble; un amor del bueno, de los de verdad. No buscaba nada que no estuviera en ti, no quería nada que estuviera fuera de ti, porque simplemente tú eras portadora de todos mis sueños. Tú. Dulce tú. Bendita tú. Tú, amada tú. Tú. Y más tú. Sólo tú. Mi vida, tú.

Amar no es fácil. Amar en la distancia es aún menos fácil. Amarte y compartirte con la inmensidad del mar es un capricho que me ayuda a salir del foso de mi locura. Tu ausencia es un baile permanente de fantasmas que me gritan y me aturden, pero que jamás te borrarán de mi recuerdo. Tú me enseñaste lo maravilloso que es sentirte amado, las formas divinas de entrar en la gloria del paraíso del amor.

Cuando estoy sin tu compañía, cuando el único abrazo que recibo es el de la soledad de tu ausencia, es cuando mi vacío ocupa un cuerpo inerte, sin vida. Brotes de amargura son regados por el mar en mi vida. Y en la noche oscura, mientras sigo esperándote, el salitre que aflora en mi cuerpo hace visible mi tristeza.

Bajo el nuevo amanecer escucho cantos de vencejo que me invitan a levantarme. De plumaje blanco y negro dejan tras su fugaz vuelo composiciones líricas que me llenan de esperanza. Abro de par en par los telones de mis ojos, dañados de tanto sufrir… y me encuentro frente a mí una mujer que mira el mar.

Llegaste cuando el sueño me había vencido, con el mismo silencio que un día te fuiste. Viniste para jurarme amor eterno, para prometerme que estarías en todos los despertares de mi vida.

Ese día recordé a Paulo y pensé que sí, que todo el universo había conspirado a mi favor, porque yo antes había deseado con fuerza tu vuelta.

Sonreí y me quedé dormido en la paz de tu regazo.

martes, 31 de mayo de 2011

BALCONES EN EL CIELO

Hierba verde fresca, caricia mojada de mayo. Espalda posada sobre colchón herbáceo mullido, aroma húmedo manchado de esmeraldas. Falda de montaña que me alberga, que me ciñe parcialmente con telas de araña de nueva savia que germinan de su matriz. Me siento como una sombra que aparece sobre una piedra preciosa, oscureciendo sus luces. Miro horizontes verticales ascendentes que me devuelven imágenes claras de mi vida, veo tantas cosas en el camino, tantas alegrías, tantas penas, tanto amor que recibí... Abro los ojos y veo otra cosa.

Cielo lejano copado de nubes de vientre negro, con bordes plateados perfectamente definidos; previsibles, como la vida de un pobre. Nubes que no amenazan a nadie, pero que invierten la visión del mundo; nubes de espaldas quemadas por un sol que quiere iluminar mi vida, pero que no lo dejan; nubes que son espejos de ilusiones donde miro para verte, pero me devuelven más nubes.

Flores globosas y solitarias hermosean los paisajes que yo miro, de un blanco virginal, incólume. Su olor intenso es llevado por aires lejanos que penetran en mi interior en forma de espiral. Magnolia de tronco liso que me acompaña y busca su protagonismo. Circundada por retamas floreadas que lucen racimos laterales de flores amarillas. La hoja verde de la magnolia media entre la lucha de las flores y añade deleite espiritual a mi mirada. Así es más fácil enamorarse. Mis sentimientos, en su cobijo, bambolean durante un tiempo. Me devuelve a la realidad el sonido de las hojas verderojizas, que tocan sus palmas azuzadas por el aire. Y ya en la realidad te veo a mi lado mirándome y pidiéndome que siempre te quiera, que sea sólo para ti.

La esperanza perfumada de la magnolia me saca los clavos de mi soledad, hace que se eleven mis pasiones y que sienta un deseo casi incontrolable por ti. Los arroyos siguen lanzando su agua babeada y emiten ruidos diferentes. Es como si cada cauce fuera un coro que entona una melodía distinta, un concierto titulado “Los cantos del agua”. Allí arriba vale todo, hasta la anárquica composición musicada del agua cantarina. La nota diferencial que aporta el relincho de un caballo salvaje me indica que es la hora de bajar de las alturas.

Una corriente de aire impulsa y hace irregular el vuelo de varias aves, pero eso será un capítulo de sus vidas que se contará en otros lugares... yo ahí ya no estaré presente.

domingo, 15 de mayo de 2011

BAÑADO DE LUZ

Cuando ya no queda nada, cuando el silencio se hace insoportable; cuando cae el telón y al otro lado ya solo permanece el vacío... y en tu lado también; cuando abres la cortina y tras ella te recibe y te saluda el colmillo sangriento de la soledad; cuando el alma cruel de una mentira fulmina tu capacidad de elección; cuando miras a tu alrededor y en todas las coordenadas ves tu propia cara demacrada, al tiempo que se escuchan risas estridentes de ultratumba; cuando sientes que tu mirada ya no mira, que tu voz ya no se escucha, que tu fuerza se acaba, que tu piel ya no siente, que tu boca ya no habla, que tus pies ya no caminan; cuando sientas todo eso, entonces, significará que habrás iniciado el camino de la muerte.

Cuando pierdes la capacidad de reír o de llorar con el recuerdo; cuando notas cómo tus ilusiones se marchitan como preciosas rosas de jarrón; cuando observas que tu alegría va cayendo al sumidero del olvido como gotitas perladas de sudor; cuando tus sonrisas terminan su andadura en las sendas cortadas de la tristeza; cuando tu compañía no suma, sino que resta y perjudica; cuando tu presencia represente la incomodidad y el desasosiego de quien un día te amó; cuando tus palabras ya no sean esperadas en ninguna parte; cuando tus caricias arañen los cuerpos que toquen; cuando tus huellas dejen de ser indelebles en los corazones que en tiempos hiciste florecer; cuando todo eso ocurra, entonces, habrás entrado en un cese irreversible de tus funciones vitales.

Cuando en tu frente ya no existan horizontes sostenibles; cuando tu esperanza ya no te sirva como único remedio para hacer soportable las miserias de tu vida; cuando no vuelvas a vivir amaneceres; cuando los campos queden secos a tu paso; cuando tus ánimos solo emprendan vuelos turbulentos; cuando no sepas que las letras sirven para componer palabras de amor; cuando sientas que el amor no es algo espontáneo y apliques al mismo metodologías que puedan resultar convenientes, pero que tan sólo te hagan sufrir profundamente; cuando no vivas el encanto, la armonía y lo sublime de lo simple; cuando no puedas parar de buscar algo que jamás llegará; cuando tus propias acciones pulvericen tu felicidad, tu libertad interior; cuando tengas estas vivencias, entonces, tu cuerpo permanecerá en la tierra y tu alma volará ya por aires muy lejanos, con los vientos de otros universos…

domingo, 24 de abril de 2011

EL SONIDO DE TUS SILENCIOS

El timbre de tu voz estaba afectado por recuerdos, también por proyectos de futuro que no se materializaban. Tus palabras salían arañadas por el silencio y quedaban matizadas por la melancolía que te cercaba.



Mientras me mirabas, tu alma estaba siendo atravesada por la melodía del aria Nessun Dorma, del acto final de la ópera Turandot, de Puccini. El sonido venía de lejos, pero golpeaba de lleno. Las notas eran finas y bellas, pero las heridas que te dejaban eran enormes y crueles.



Pensabas en la importancia de lo diminuto, de lo mínimo, de lo breve… Tu voz interior te repetía persistente que un ínfimo desfase podía anular para siempre la posibilidad de la perfección, la pérdida del encaje glorioso en un segundo de vida… Ese momento mágico, único e irrepetible de una mirada fugaz que marca el horizonte de dos personas.



Cuanto más callabas, más enigmas cargabas en la expresión de tus ojos. Bolitas de tristeza ocupaban partes sensibles de tu corazón. Hacías gala de los mundos que dibujabas, te llegabas a prodigar por ellos, pero a veces te despertabas de golpe y no había nadie junto a ti. Y volvías a entablar diferentes soliloquios que se convertían en una muelle irresolución. Caminos infinitos como calles empinadas e interminables de verano.



Cada vez que te miraba, yo esto lo sabía. Entre otras cosas, porque las mujeres enamoradas se pasan el tiempo imaginando conversaciones. Muchas veces, incluso, las mujeres enamoradas tienen un semblante que simboliza la aflicción provocada por su lucha interna, por batallas consigo mismas que intentan librar pero que siempre pierden… por mundos que se derrumban a sus pies y quedan pulverizados por la nada. La imaginación de una mujer enamorada encierra tanta fantasía como perversidad para sí misma.



Sin embargo, lo verdaderamente importante no era esto o aquello. Lo que realmente importaba es que, tras un camino andado, existiera el mismo número de recuerdos en tu mente que en la mía. Y que estos recuerdos tuvieran idéntico grado de honestidad. Recuerdos vestidos con las mejores galas del amor, recuerdos que bailan en la pista de una sonrisa, recuerdos que suben y bajan por el raíl de tus emociones, recuerdos de otros recuerdos que siempre recordaríamos…



La vida corría veloz, como un lince. Y te iba empujando a ti por tu espalda. En la carrera, te agarrabas a mis ropas para arrastrarme contigo, pero algunas veces, cuando más próximo me tenías, mis vestidos se rompían y volvías a dejarme atrás. En esos momentos, yo te veía tirar hacia adelante con tu cara fatigada, casi sin vida. Guardabas los trozos de ropa que me arrancabas, porque eran partes de mí que iban quedando en ti. Y dormías junto a ellas anestesiándote con efluvios de mi aroma.




Muchos sueños tuviste que, además de ser soñados, eran sonreídos.



Hay sueños que llenan y complacen sólo hasta que te despiertas…

miércoles, 6 de abril de 2011

A VECES

A veces me gustaría no ser significativo para nadie, poder tener licencia para desaparecer y no dejar huella. Que no preguntaran por mí, que no quisieran saber nada de mí. Tener la libertad absoluta de mi existencia, de mi ser. Tener el poder de dejar de ser, de no volver a ser, de no ser quien soy, de no ser un vacío para nadie. O de ser vacío de mi vacía existencia.
Otras veces me gustaría estar de otra manera a como estoy, administrar libremente mi autoridad sobre mi propio ser, estar donde no estoy, quedarme inmóvil, estar paralizado sin que nadie me vea. Que todo el mundo pasara sobre mi inexistencia, que nadie necesitara una caricia mía, que no recordaran mi sonrisa, que mi cara se hubiera borrado de la memoria de todo ser humano.


Algunas veces, sin embargo, exploto de alegría si me veo con la capacidad de crear ilusión, de dar felicidad, de transmitir optimismo y alegría, de crear y tejer afectos, de construir bases para el amor. Entonces sí quiero. Quiero que alguien pregunte por mí, quiero que alguien me desee, que necesite verme, sentirme, mirarme a los ojos y que se vuelva loca; quiero que alguien quiera cuidarme, darme mimos, que alguien llore por mí y que sufra cuando sufro. Quiero una persona que me espere impaciente cuando no estoy y que se emocione cuando llegue.
A veces también me gustaría que la marcha de mi vida pudiera cesar con carácter temporal, para ver las cosas con distancia, con ángulos abiertos... sin aristas que hieran mi corazón. Que alguien se interese por los interrogantes de mi cara, que quiera saber por qué mi mirada se torna de azul cielo a gris plomizo, que se preocupe cuando mi sonrisa no florezca y que rompa con su presencia los nudos gordianos de mi garganta.
Otras veces desearía ser acariciado por otros aires, embriagarme con otros olores, deleitarme con sabores lejanos y mirar colores más claros. Me encantaría salir del recinto inmenso de mi hermetismo, romper los silencios de mi corazón con hermosas palabras de amor, ser capaz de crear ilusión y brillo en los ojos de alguna princesa destronada, abrazar a alguien por detrás y que vea por delante un baile de hadas blancas.


Algunas veces, en cambio, me acarician aires que antes movieron algunos cabellos, me bañan aguas con olas plateadas y mensajes en botellas que me llenan de esperanza. Y de nuevo soy capaz de emocionar a alguien, de pulverizar su tristeza, de arrancar sonrisas esmaltadas que matizan la furia de la melancolía. Y entonces otra vez sí que vuelvo a querer. Quiero que alguien busque mis palabras, que necesite mis caricias, que se haga fuerte con mi apoyo, que mi voz le resulte la más bella melodía, que mi dolor sea su dolor y que llore cuando lloro. Quiero una persona que viva realidades divinas junto a mí y que sueñe fantasías inimaginables en la misma cama en donde yo la ciña con mis brazos.


miércoles, 23 de marzo de 2011

PERSONAJES Y RECUERDOS II

Sin embargo, hubo dos personajes que llegaron a ser notablemente populares en toda la región hurdana, únicos en su especie, realmente extraordinarios, raros, casi míticos: ¡¡LOS DEL VINO!! Se los conocía así porque venían de Sotoserrano a vender la pitarra de la sierra salmantina a los bares de Nuñomoral. También llegaron a ser conocidos como “los del Soto”.

Llegaban en un camión marca Avia, modelo 4000, con motor de 4203 cc y 71 cv, con matrícula de Navarra (NA) sin letra. Su motor rugía con estrépito y era común escuchar el ruido del mismo un buen rato antes de que hiciera su aparición en el pueblo. También los frenos cuando eran activados emitían unos chirridos de padre y señor mío.

El camión tenía la caja de madera en tonos verdes, pero decolorada por la acción del tiempo y los cambios de clima. Esta caja iba cubierta por arriba con una enorme lona también verde. La cabina era verde clarito, con una franja horizontal blanca justo debajo de la luna parabrisas; hacia el centro mismo de esta franja, tenía una abertura para aplacar los calentones del motor y, sobre la tapa del respiradero, llevaba escrita la marca del camión con letras en relieve plateadas. En ambas puertas tenía rotulado con letra no muy grande en color marrón:

Hnos. CABACO
VINO DE PITARRA
SOTOSERRANO (SA)

Se trataba de dos hombres que rondaban los cincuenta y seis años, ataviados con idéntica vestimenta, pero de distintos colores. Como no recuerdo sus nombres, haré la distinción entre el que conducía el camión y el otro hermano. De los dos hermanos, el que conducía, era un señor educado, un poco tímido y más moderado en sus formas que el otro. Este iba siempre vestido con una camisa de cuadritos pequeños en tonos marrones, un jersey gris de pico, pantalón de tergal marrón y unos botines negros de tacón medio. Sin embargo, el hermano, era dicharachero, socarrón, bocinero, estridente, maleducado, irrespetuoso y bastante sinvergüenza. Iba siempre fumando un puro que, aunque en Nuñomoral sólo le conocimos la colilla, a día de hoy pienso que de Sotoserrano saldría entero. Vestía camisa azul celeste con el cuello como un tizón, jersey de pico verde marihuana, pantalón de tergal gris perla con algunos lamparones y unas botas marrones con el interior forrado de lana sintética.

Recuerdo que los niños, al ser nosotros tan pequeños, veíamos el camión de estos dos señores enorme. Llegaban a Nuñomoral sobre el mediodía y se los veía dentro del camión casi diminutos. El conductor, más serio que la pata un banco. Y el del puro, ya venía con una sonrisa de oreja a oreja. También tenía aquella sonrisa tintes de superioridad. Se tiraban media hora desde que paraban el motor del camión hasta que bajaban del mismo.

- ¡Buenos días tengan ustedes! –decía quien conducía al llegar a la terraza del bar, que estaba petada de hombres y mozos del pueblo.
- Buenuh díah, ¿qué hay? –contestaban unánimemente.

Al rato y tras bordear el camión aparecía el otro hermano en el frontal de la terraza, venía ya como un tiesto. Se quedaba un rato callado mirando a todo el mundo, con los párpados medio caídos, cogía el puro con la punta de los dedos índice y pulgar, expulsaba el humo y al fin vociferaba:

- ¿¡Qué dicen los vagos de Nuñomoral!?
- ¡Buenuuu, esti siempri igual, oyi! –manifestaba alguno de mis paisanos.
- ¡Que se mueran los que no beben vino! –gritaba como un poseso.

Después de pasar la emoción inicial, aplacaba las faltas de respeto y soltando una sucesión de paridas ridículas lanzaba una invitación general al personal.

- ¡Baldomero, ponle a esta gente que beba! –conminaba al dueño del bar, el tío Mero.
- ¡Desgraciao, aquí sólo se invita a vino, molondro! –murmuraba el hermano serio a la altura de su oído.
- ¡Cállate, cabeza mortero! Eso he dicho, que se ponga vino aquí para todo el mundo. Y se tronchaba de risa él solito.

Viene a mi memoria que por aquel entonces principiaban a poner los inodoros en los bares del pueblo, ya que antes los hombres salían a mear a la propia pared lateral del local que albergaba el bar.

Y esto también merece una mención. Generalmente se aprovechaba el hueco que quedaba debajo de las escaleras que subían a la vivienda de los dueños del bar para adaptarlo como cuarto con váter (lavabo aún no había). Era un habitáculo notablemente reducido, parecía un ataúd vertical, en el cual siempre había que hacer alguna floritura fuera de lo común para poder miccionar. Y hablo de orinar, porque para otros menesteres aún se usaba la calle, por aquello de limpiarse el culo con una o varias piedras, aún a riesgo de enterragar el ojerete y parte de la canaleja del culo. Hablaba de lo curioso que eran estos cuartos. Ya desde que entrabas descubrías que en España entonces no había Formación Profesional, ya que los fontaneros dejaban mucho que desear. Había un váter sin tapadera, con más mierda que el palo de un gallinero y completamente salpicado. También te saludaba nada más entrar un ruido de agua infernal (güiiiiiiiiiiiiii, güiiiiiiiiiiii, bchsssssssssss, bchsssssssssss) que era un tormento. La cadena era fina y plateada, colgaba casi del techo y siempre estaba partida por la mitad. Y, por último, lo más curioso era la pared trasera de donde estaba el inodoro. Había varios tubos de plomo de unos cuatro centímetros de diámetro de entre los cuales uno sólo era, digamos, el verdadero. Salían de la pared y los que no conectaban con el váter, estaban con la punta completamente sellada a golpe de apretones irregulares de alicate. Siempre me he preguntado para qué pondrían tanto tubo.

Para terminar quiero decir que los recuerdos son más numerosos y largos de lo que permite una entrada de blog, son casi interminables. Y también quiero mostrar mi orgullo de tener un pasado rural tan rico y tan precioso en el mismo corazón de la comarca de Las Hurdes, en Nuñomoral.

jueves, 17 de marzo de 2011

PERSONAJES Y RECUERDOS I

En la historia de nuestras vidas siempre ha habido personajes pintorescos difíciles de olvidar. Todo el mundo guarda en su recuerdo de la infancia algunas personas que por su singularidad, dejaron en sus entornos una huella imborrable. Personalmente, puedo enumerar aquí algunos nombres que, seguro, cualquier persona de mi edad natural de Nuñomoral puede recordar: Astudillo, el fontanero; Caramelo, el correo; el señor Enrique, el del “logá”; Calixto, el vendedor ambulante; el Macotera, el de la ropa; un matrimonio de gitanos, con ajos de Albacete; el de las gallinas de Ciudad Real; el rubio de Barcelona, de tejidos Sabadell; etc.

A todos ellos, en el pueblo, se les asocia con una historia divertida o curiosa que los hacía peculiares y, con el paso de los años, incluso insignes en la zona. De hecho, a día de hoy, aún son bastante recordados, cada uno con sus especificidades, para algunas generaciones de nuestro pueblo.

Astudillo es recordado por el hambre y el frío que pasaba; se untaba los morros con pimentón y salía a la calle simulando que había olvidado limpiarse para que la gente pensara que había comido chorizo.

A Caramelo se lo recuerda porque, cuando iba a hacer el reparto postal, transportaba altruistamente mujeres de una alquería a otra en el asiento trasero de su Citroën y colocaba el espejo retrovisor interior del coche focalizado hacia las piernas de las pasajeras, para ver si se descuidaban y le veía las bragas (¡qué jodío!).

Al señor Enrique, porque siendo el conserje del Hogar Escolar “Caudillo Franco” él se supo dar un rango y un estatus casi de príncipe. Recuerdo que retornó de Suiza y se trajo un diente de oro. Cuando sonreía, el diente brillaba y tardábamos un rato en salir de nuestro asombro viendo ese fenómeno.

A Calixto, por los bocinazos que pegaba a las mujeres y su trato con ellas: “¡¡¡14 duros me debes María, pata torcía!!! –le cascaba el tío subido a la furgoneta con un volumen de voz que rayaba el estruendo”.

Al Macotera, porque era un bonachón y traía una línea de ropa variopinta y curiosa, que marcaba las tendencias de moda de las distintas temporadas de los chicos y chicas del pueblo. No había un dios que no llevara encima una prenda del Macotera. Es más, daba cierta categoría decir “se la compré al Macotera el otro día”.

El matrimonio gitano, era recordado por la bonhomía del gitano y el desparpajo de la gitana. Y porque traían una niña pequeña muy avispada que medalla de oro que veía, medalla de oro que limpiaba. Recorrían media España y no volvían a Albacete hasta que vendían todos los ajos del camión.

El tío de las gallinas de Ciudad Real era todo un clásico, pero lo que más huella dejó fue el discurso machacón que hacía por el megáfono para incitar al personal a comprar gallos y gallinas: “Vamos María, que están poniendo, que tienen el huevo en la puerta el culo. Aprovechen la oportunidad, traigo la polla gigante de la pata gorda, la pollita superponedora; la que pone un huevo por la mañana y otro por la tarde, y a mediodía la monta el gallo”.

El rubio de Barcelona es recordado porque era verdad que era rubio, tremendamente rubio, casi albino. Y también porque llegaba siempre con una furgoneta enorme, cargada hasta las trancas de cajones llenos de ropa, sábanas y telas diversas, y acompañado de un hombre mudo, que fue el primer mudo que vimos los niños y las niñas de Nuñomoral.

Y, por su enorme curiosidad, permitidme que haga un inciso con el mudo. Tocaba don Antonio, el maestro, las palmas y salíamos todos corriendo y gritando de la escuela, de manera casi alocada. Sólo ver la furgoneta del rubio de Barcelona, pensábamos en el mudo, lo comentábamos al unísono, y nos aproximábamos al tenderete no ya para verlo, sino para observarlo casi exhaustivamente.

  • Eh, oyi, ¿cuántu vali ehtu? –Le preguntábamos directamente a él.

  • Muuu, muuu, uuu, muuu –contestaba el mudo, estirando un número determinado de dedos de una o de las dos manos, dependiendo del precio.

  • Mira, mira machu, ¿hah vihtu cúmu haci? – Nos decíamos entre nosotros y nos partíamos de risa. Nos parecía mentira que moviera los labios de aquel modo sin articular palabra.

miércoles, 23 de febrero de 2011

EN EL CREPÚSCULO DE UNA TARDE

Tarde de cielo gris lluvioso, tarde de domingo, tiempo de melancolía, de recuerdos color sepia, de escalofrío electrizante envuelto en una manta al calor del hogar. Tarde de reencuentro con uno mismo, de saludo interminable, de bienvenida a tu propio ser. Tarde de paseos interiores, de visitas a veredas propias no descubiertas, de saltos de mata, de remansos de paz, de redecoración de todas las galerías de mi corazón.


Tarde de tarde en tarde.


Tarde de pulso lento, de latido pausado para corazones acelerados; tarde de nubes bajas que peinan la montaña, de montañas que muerden los sayos de las nubes, de luces encendidas a lo lejos, de historias diversas que viven tras las ventanas, de corazones rotos que lloran cayendo al abismo de la nada. Tarde de equilibrios emocionales, de luces que se arrojan sobre nuestro propio rostro, de lunas que no salen, de soles que se fueron, de estrellas que no brillan... de dioses que se ríen.


Tarde tarda que pasa tarde.


Tarde de espaldas encorvadas, de pasajeros de paraguas, de charcos que encierran olvidos, de gotas plateadas que explotan en los cristales de la ventana y no dejan mensaje; tarde de alegrías impostadas, de mercaderes invisibles voceadores de la felicidad, de sentimientos que no llegan, de presencias que no están, de sirenas alocadas que rompen el asfalto, de perros callejeros que tiemblan de frío, de gatos encogidos en viejas casas ocupadas...


Tarde tardía de larga tardanza.


Tarde de reflejos difusos que se esconden de sí mismos, de lámparas interiores encendidas sin bombilla, de faroles de luz tenue en los mares revueltos del ser humano; tarde de churros y galletas, de risas que no salen, de esperanza en el mañana. Tarde de voces ausentes deseadas, de llamadas inesperadas, de ánimos herrumbrosos, de vacíos que no se llenan, de huecos que atraviesan como flechas... y a veces se quedan.


Tarde. Sin tardar se me ha hecho tarde...


martes, 8 de febrero de 2011

MI PADRE

Miro a mi padre. Vuelvo a ver el hombre que de pequeño vi, un hombre decidido, fuerte... invencible. Salgo del calabozo de mis ilusiones y vuelvo a mirar a mi padre. Y esta vez veo al hombre que es hoy, que no es el que un día fue.


De manera lenta pero imparable el Alzheimer va hurtándole todos sus recuerdos, llevándose con él su historia personal y la idea de todo cuanto fue, apagándole a trocitos su luz propia, su identidad, su relato personal como hombre, como marido, como padre, como abuelo y como bisabuelo... como ser humano.

Soy testigo silente de su progresivo deterioro y aún así algo dentro de mí me grita que esto no es real, que la fortaleza de mi padre es inexpugnable, que él será el primero en vencer esta maldita enfermedad, que de nuevo lo veré ganando otra batalla, que seguiré teniéndolo como un tapiz donde mirarme y nutrirme como persona. No puedo digerir esta realidad, a pesar de ver cómo él va perdiendo ilusión, brillo, fuerza y vitalidad.

Afortunadamente todavía permanece a mi lado, aún puedo seguir situando mi afecto, mi seguridad y mi apoyo en él. No quiero quemar el tiempo, malgastarlo. Quiero invertirlo en él, en disfrutarlo, en acompañarlo, en mostrarle paciencia y cariño, en devolverle parte del amor que él me ha dado, en llenarlo de paz interior, en agradecerle su comportamiento como padre único y singular. A veces, incluso, pienso que el tiempo juega en mi contra. La vida sigue su curso acelerado y tengo la impresión de no poder hacer todo cuanto quisiera por él. Y el dolor es tan grande que casi puedo tocarlo con las manos, me sacude momento a momento, instante a instante, paso a paso…

Pero antes de que marche a otros conocimientos, a otras realidades que sólo él va a entender, quiero decirle que voy a estar ahí, junto a él, para ver su mirada cómplice antes de que se apague el último resquicio del hombre que fue. Y, sobre todo, quiero que mi querido padre sepa que jamás lo olvidaré, que lo recordaré el resto de mi vida, que seguiré llenándome de él y que pase el tiempo que pase siempre lo amaré profundamente.

Ya solo me queda por decir que en las ocasiones que la vida me presente ante una decisión difícil, recordaré a mi padre y todas las cosas que él me enseñó. Será el retorno de su voz a mí en la noche de los tiempos de mi vida. Él siempre me recordará que puedo hacer todo cuanto me proponga, y que si no acierto en mis decisiones, siempre podré enmendar mis errores.

Cada vez que evoque a mi padre, siempre aparecerá en mi rostro una dulce y agradecida sonrisa.


viernes, 21 de enero de 2011

MILAGRO DE OTOÑO

Sobre el suelo, una alfombra de hojas secas escalaba la falda de la montaña. Eran hojas caídas, de vuelo oscilante y descompasado. Paisaje de matices marrones, de castaños milenarios y brezos de hojas lampiñas rojizas. Paseo ferruginoso de pisadas que parten los huesos de ramas secas, rendidas, abatidas por el tiempo.

Mi corazón, a juego con el paisaje, se esmalta de un óxido suave de múltiples tonos. Sobre campo inculto, matas y malezas me separan de ti, te ocultan de mí, te quieren para sí, te cultivan para ti…

Un destino tozudo trabaja persistente para que mi camino muera en tu plaza. Corto una flor que se resiste a la muerte, huelo con los ojos cerrados y cuando despierto, frente a mí, tu imagen preciosa va despixelándose ante mi mirada. Permanezco inmóvil. Me pareces irreal, una hamadríade que nace de la matriz de la tierra sazonada por el otoño. Nos miramos unos momentos y aún confuso espero tu desaparición inmediata en cualquier instante. Pero sigues mirándome porque eres toda una realidad. Me siento como Hefesto galanteando a su Afrodita. Tú, mi Diosa de la Belleza, ninfa escurridiza que entra y sale en el bosque de mi vida, en la arboleda otoñada de mi corazón.

Te levantas y buscas mi proximidad, mientras quiebras mi seguridad con una mirada en diagonal. Siento tu olor. Único. Tu cara roza la magia, está llena de encanto y logra mi hechizo; es un rostro con una belleza sin análogo y, por tanto, sin descripción posible. Nos exploramos en silencio, el aire está colmado de brindis, miradas diversas y complicidades emergentes. Sobre nosotros planean cuatro aves blancas. Y en mi estómago vuelan un millón de mariposas de colores.

Palpo la superficie de tu hermosa cara, deslizo mi mano verticalmente, poso mi dedo gordo en tus labios ricos y me quedo inmóvil. Abstraído, deseo permanecer toda mi vida en la profundidad de esa caricia, ser yo entero una demostración amorosa que te envuelva totalmente como un meteoro luminoso creado por el disco ardiente del sol. El límite de tu cuerpo ya no está en ti, sino que está en mis brazos que te rodean como frontera. Miro al cielo buscando el conjuro de los Dioses para que nuestros cuerpos jamás ya sufran el castigo cruel de la distancia.

Se ha producido un milagro, el milagro único de nuestro encuentro, de una unión de dos cuerpos que se han buscado como los labios sangrantes de una herida que consolida una nueva unión de dos partes rotas.

viernes, 7 de enero de 2011

SUEÑOS DE SOFÁ

Poso mi cabeza sobre tus piernas esponjadas. Acaricias mi cara y entrelazas tus dedos en mi pelo, mientras pones en el ordenador la canción “Inventario”, un poema de José Saramago musicado por Luis Pastor. Para no verte cierro los ojos, sólo quiero sentirte. Coloco mis brazos en aspa sobre mi pecho, para que mis emociones no salgan fácilmente, puede ser peligroso si chocan en tu cara.

La música va perforando mi cuerpo por toda su superficie. Me voy aislando poco a poco, hasta que creo alcanzar un estado de consciencia superior. Acabo de romper la barrera de la razón. Y también supero los límites de tu belleza, quiero ver qué hay detrás de tanta hermosura.

La melodía de la canción me atenaza, abarca cuanto soy y las notas campan a sus anchas por todo mi ser. Abonado a tu pecho, escucho el tic tac de tu corazón a un ritmo inferior al normal… lo siento latir dentro de mí al ralentí. Y de repente me veo sentado en las butacas de mi fuero interno, que es donde se dilucidan las contradicciones de los seres humanos. Y viéndote, me veo. ¿Eres tú? ¿Soy yo? Tal vez somos los dos que queremos ser nosotros.

Creo sentir un contacto en mi frente seguido de un sonido articulado, trato de salir de mí, pero estoy tan adentro que me cuesta regresarme. A las puertas de mí, de nuevo, siento el contacto y el sonido articulado. Miles de pétalos de flores de todos los colores del mundo vuelan sobre mi cabeza. Abro los ojos y me estás besando. Tu cara también es otro pétalo de colores, el más bonito de todos.

La canción está terminando y con ella algunos pasajes de mi vida. Desde luego ha habido una armonía perfecta entre la historia cantada de Saramago y mi paseo interior. El silencio letal que queda en la sala me devuelve a la maldita confusión que reina en el mundo y que asola a las demás personas. A mí también.

Cuando vuelve mi lucidez, en tu bello rostro, veo otra preciosa melodía. Es una escena de cine mudo, aunque la visualización lo dice todo. Tus ojos parecen las puertas enormes y blindadas del jardín de las delicias. En silencio me dices todo cuanto sientes, que es todo cuanto yo quería escuchar.

Las tinieblas de mi corazón comienzan a clarear, están cediendo ante la luz del amanecer, ante la luz esperanza de tu existencia.

Una sacudida de fuerza interior me activa, me pone en pie, me convierte en héroe de las pinturas de María Jesús Manzanares. Y esto me dice que el mundo está ahí fuera, que debo salir con serenidad y saber que todo es conseguible, pero que la lucha ha de ser honesta...