La
magia de la imaginación radica en que cada uno creamos imágenes,
paisajes y situaciones sobre todo aquello de lo que tenemos
informaciones previas, pero no hemos visto aún físicamente. Desde
que escuché la publicidad del bazar de Juanito el chino en la radio,
ya le había puesto yo rostro al protagonista. A veces, estas
imágenes previas que construimos casan en alto grado con las reales,
pero otras nos sorprenden por su diferencia.
Los
empleados activaron la apertura de la puerta del bazar y, por fin,
pudimos observar cómo Juanito el chino, que efectivamente era chino,
salió precediendo a otra persona situada tras él vestida
rigurosamente de negro. Juanito se apartó hacia un lado secuestrando
la atención de todos los presentes por lo hortera de su vestimenta.
Era un chino de pelo negro azabache, lacio; de nariz hundida y
pómulos prominentes, tono amarillo en su piel y ojos con forma
oblicua y rasgada, parecidos a una almendra. En fin, un chino
estándar. Llevaba unos zapatos negros de cuero de vaca, con cordones
finitos y un poco sucios. Dicho sea de paso, yo pienso que le
quedaban algo grandes. Vestía unos pantalones negros de tergal,
brillantes como las plumas de un grajo. Los llevaba bien subiditos,
además. Y por último un polo con franjas horizontales blancas y de
tonos naranjas. Hasta la altura de la cavidad torácica eran franjas
blancas separadas por rayitas naranjas. Y de ahí para arriba, el
polo presentaba, primero, dos franjas de naranja apagado; otras dos
de naranja calabaza, más arriba; después, cuatro más de naranja
marrón y, por último, una superficie plana de naranja rojizo
coronada por un cuello vuelto de blanco nuclear. Francamente, Juanito
iba hecho un cuadro.
No
obstante, y a pesar del empuje de Juanito el chino, unos segundos
después, reparé en la persona que le acompañaba y me llevé un
golpe emocional de tal calibre que, ante la mirada sorprendida de
algunas personas que estaban junto a mí, exclamé atónito:
Tras
recuperarme del potente choque, volví a mirar al anfitrión del acto
y al pastor espiritual que le acompañaba, Juanito el chino y don
Valerio. Huelga decir, para quien siga mi blog, que don Valerio ha
protagonizado ya algunas entradas y ha aparecido en algunas otras.
Reconozco
que el grado de españolización
de Juanito el chino era altísimo, su nivel de acople a nuestra
cultura demostró ser enormemente intenso. Sustentando su ideario en
la tradición católica occidental se llevó a un cura para darle
solemnidad al acto y, de paso, para buscar la suerte divina en la
difícil andadura que le esperaba después.
Con
un hispanismandarín
de libro, Juanito el chino, se dirigió a sus invitados:
Glasias
amigos, pol habel venido, jijiji. Ahola don Valelio el cula, inagula
el negosio y luego ustedes vel y complal. Glasias.
Estaba
visiblemente nervioso, era evidente que hablar en público no era su
fuerte. Ahora le tocaba el turno a don Valerio, que tiene para estas
lides un piquito mucho más ágil que Juanito.
Primero
y ante todo, deciros que soy muy honrado con la invitación que
nuestro hermano Juanito me hizo para ayudarle a inaugurar este
negocio – dijo como prólogo. Hoy, cuando Juanito se dispone a
comenzar su actividad emprendedora, sacudiéndose la pereza
inherente al ser humano, no podemos olvidar que su acto engrandece
también a Plasencia y al conjunto de sus ciudadanos. Por tanto, hay
que ver la acción de Juanito como un acto de generosidad –
continuó don Valerio. Dice un hermoso Salmo: “Lámpara
es tu palabra para mis pasos, luz es mi sendero”;
hermano Juanito, busca la lámpara y la luz siempre en la palabra de
Cristo – finalizó don Valerio solemnemente mirando a Juanito el
chino.
A
pesar de hablar de manera clara y pausada, anoté con dificultad las
palabras de don Valerio, debido a que aún no salía de mi asombro al
verlo allí. Por cierto, don Valerio jamás diría lo de “el
chino”, seguramente para él, esas gracias, sean auténticas
estupideces. Bastante tiene él ya con su grave tarea de evangelizar
este mundo tan sumamente ateo como para perder un minuto en
pronunciar un apodo de Perogrullo.
Concluido
el acto central, Juanito el chino nos invitó a todos a pasar al
bazar para verlo y para comprar algo si esa era nuestra voluntad.
Evidentemente
todo el mundo al pasar quería saludar a Juanito el chino, por lo que
decidí esperar hasta que hubieran entrado todos al establecimiento,
para poder charlar con él sobre su nombre y saludar a don Valerio.
Nosotros,
los españoles, muchas veces frivolizamos y bromeamos con los
locales chinos, pero ellos le dan una importancia capital a sus
negocios y al servicio que prestan al ciudadano. Y esta idea utilicé
para entablar conversación con Juanito el chino.
Buenas
tardes, ¿es usted el dueño de este imperio? - interrogué mientras
estrechaba su mano.
Jijijiji
glacias, sí - contestó risueño.
¡Impresionante,
enhorabuena! Seguro que se lo han preguntado muchas veces, pero es
que despierta realmente la curiosidad, ¿por qué lo de Juanito? -
pregunté con tacto.
Glasias.
Sí, mi nomble es Huai –
Yi To – contestó con un
sonido parecido a “Jua-ni-to”.
No
le molesto más - concluí.
Y
saludé efusivamente a don Valerio, al tiempo que me emplazó a una
conversación cuando hubiera terminado de ver el bazar de Juanito el
chino.
A
la salida lo busco, don Valerio.
Yo
estaré por aquí, no se preocupe.
No
tenía pensado hacerlo, pero por petición previa de mi querida amiga
y paisana Maribel Miguel, cuento a groso modo qué había en el
interior de la gran superficie china.
Bien,
pues sólo entrar dentro del establecimiento, se podía observar que
era un local comercial de grandes dimensiones perfectamente
diversificado en su producto. Estaba dividido en seis secciones
claramente diferenciadas: hogar, moda, regalo, artesanía, jardín y
ocio.
¿Y
qué productos os enumero aquí? ¿Quién no ha estado en un bazar
chino alguna vez? Todos sabemos que ahí se venden hasta piernas
ortopédicas, si me apuráis. No queda cosa en el mundo que no tenga
un chino en sus estanterías. El de Juanito era una babilonia de
productos: cucharas, tenedores, cuchillos, vasos de todo tipo,
sartenes, cacerolas, despertadores, huchas, cañas, pintura,
juguetes, hules, cojines, tapetes, manteles hasta de cuero, enchufes,
cables, interruptores, macetas, artesas, barreños, herramientas
diversas, caretas de soldador, picos, palas, horcas metálicas y de
palo (¡manda cojones!), jaulas para pájaros, jaulas para hámster,
jaulas para grillos, cepillos, cogedores, mochos de fregonas… Y en
la sección de moda, sin duda, el producto estelar eran las bragas.
¡¡Virgen Santísima qué bragas vende Juanito el chino!! Las tenía
en unas perchas y cuando las mirabas en vertical estabas media hora
recorriendo la braga con la vista, de verdad. Aquellas bragas era para ir a buscarlas en un camión, porque en el maletero de un coche no caben, sinceramente. ¡¡Dios mío
querido, qué bragas había importado Juanito!! Algunos sujetadores
eran también del tamaño del serón de una jaca torda, pero nada
comparable al impacto visual de las bragas. Le pega a la población
femenina del norte de Cáceres por adquirir las bragas en el bazar de
Juanito el chino y este año no hay un solo nacimiento en toda la
zona de influencia de Plasencia, vamos. ¡Bendito sea Dios, qué
bragas!
Pero
sin duda, el gran secreto de Juanito el chino, era la colección de
películas porno que tenía a la venta. Estaban en una esquinita muy
discreta de una estantería, entre los azucareros de china y unos
pucheros de porcelana muy bonitos y funcionales. Si las llega a ver
don Valerio yo creo que se le planta, que no le dice ni media palabra
en el acto de inauguración. La verdad es que existe un gran y
diverso elenco de filmes en el mundo del celuloide porno: “Larga
y calentita”, “Siempre
abiertas”, “Estudiantes
2”, “El
ataque de las vampiras”,
“Me pruebo biquinis para
ti”, “¿Vienes
a jugar?”, “Buscadores
de machos”, etc. Como
veis un amplio abanico de posibilidades para tener el apetito venéreo
asegurado.
Saturado
ya de tanta inauguración, decidí poner fin a mi asistencia a la
misma. Y abandoné el bazar en busca de don Valerio.
Cuando
salí a la calle, don Valerio, se hallaba de espaldas mirando el
escaparate de un concesionario de coches. Y lo llamé:
Don
Valerio, estoy aquí. ¿Deseaba usted algo?
Ah,
sí. Oiga, mire, usted se dedicaba a la educación, ¿no?
Y
le expliqué todo lo que escribí en el primer párrafo de la primera
parte de esta entrada de blog.
La
propuesta que mi hizo don Valerio no fue menor, ni mucho menos. Y lo
que acaeció durante la realización de la misma tampoco, pero eso
queda ya para contarlo en otra entrada de blog; o para continuar
contándolo en más partes de esta; o para que sean otros los que lo
cuenten...
O
para no contarlo jamás...